14 December 2008

Por decir algo

El capitán del vuelo CO1776 a Philadelphia dijo que la temperatura en nuestro destino era 32 Fahrenheit, unos cero grados Celsius, y que estaba nevando. Alguien que no haya vivido un invierno en el East Coast podrá soñar con ver una nevada en las calles de su ciudad. ¡Carajo, si un día yo soñé con despertar y ver las calles cubiertas por nieve! Pero ya en mi segundo invierno aquí me siento lo suficientemente veterano como para decir que esas nevadas y ese frío son de lo más jodido. Siempre me lloran los ojos. Especialmente cuando camino y el viento sopla, o más bien corta mi cara en las calles. Es jodido en serio. Y por eso cuando el capitán del avión dijo en su tono-que-quiso-ser-gracioso que el clima estaba demasiado fresco en Philly, yo no pude más que preguntarme “What the fuck am I doing there?” La soledad hace que uno piense demasiado en voz alta. Y pensar en voz alta hace que uno siempre se encuentre solo, algo de lo que me di cuenta otra vez cuando la señora sentada junto a mí me miraba con cara de susto después del cuestionamiento que yo pensé interno pero que fue audiblemente externo, según su cara. Pero a uno no le queda nada más que apechugar en circunstancias como esas. Así que sólo la miré con unos ojos que decían, “Yes, I said what the fuck, lady!” Y ella me regresó la mirada con una que decía “Oh, my God!” o una de esas pendejadas genéricas que los gringos dicen cuando están impactados, asustados, divertidos, tristes, conmovidos, etcétera. “I guess it is not always sunny in Philadelphia,” le dije a la ruca, pero ella sacó su libro e hizo como que nunca le dije nada. Ahí fue que me di cuenta cuán largo iba a ser el vuelo. Ella leyendo una novela de amor y sospechas, durmiendo, tomando soda y sentada en el asiento del pasillo. Yo, inquieto como lo estoy ahora, esperando a que pase no sé qué, desesperado por qué sé yo, viendo por la ventana la oscuridad, el ala del avión (¿de dónde viene ese ruido que no parece normal?). Ya estoy aquí y no ha pasado nada. No he hecho nada. Saco las fotos y recuerdo los días en la costa, su mar turquesa, los peces cosquilleando mis manos y mis pies, la sonrisa de mi madre, el abrazo de mi hermano, el cariño de mi familia. Traigo el sabor del sur vivo en la boca. La brisa contra las olas aún hace eco en los minutos previos a mi sueño. Quisiera regresar, pero tampoco sé a qué. Es sólo eso de estar flotando en medio de esa enormidad.