14 November 2007

Una marcha en Filadelfia

Y llegaron de Nueva York y Nueva Jersey. Y llegaron a apoyar a los “hermanos” de la causa local que detrás de un reclamo ciudadano de $6,9 millones y reclamo laboral de mejoras en las condiciones de trabajo hacían a Amarark, empresa que supuestamente adeuda esa cantidad al Distrito Escolar de Filadelfia tras la cancelación de un contrato para proveer de servicios de cafetería a las escuelas de Filadelfia.

Eran los miembros del sindicato UNITE NOW y SEIU, que en conjunto con organizaciones locales de estudiantes y padres de familia marcharon del Parque a la Independencia hasta las oficinas del consorcio sobre la avenida Market, en el centro de Filadelfia, la tarde del pasado 13 de noviembre.

El clima cooperó con ellos—la lluvia de esa mañana fue seguida por una agradable tarde otoñal en la que el frío fue poco extrañado. “Queremos firmar un contrato y que nos den beneficios porque nosotros hacemos que esa compañía crezca”, dijo una empleada de Aramark que no quiso identificarse por miedo a ser despedida.

Y fueron miles de voces. Y fueron el mismo canto. Y fueron el paso siguiente, siempre uno detrás del otro: en el cruce de Market y Sexta, Market y Séptima, Market y Octava, Market y Novena, Market y Décima, hasta que llegaron.

Cargaban pancartas que clamaban por una compensación justa. Portaban camisetas rojas, blancas y moradas y de sus manos globos rojos buscaban fugarse al cielo mientras los cantos se repetían una vez tras otra en procesión de niños, mujeres y hombres que eran fuerza que eran esperanza que eran reclamo que eran una sola masa a las afueras de la empresa que cerró sus puertas para impedir que los manifestantes entraran.

Ese mismo día, voceros de la empresa habían minimizado la marcha al decir que sólo se trataba de un movimiento para incrementar el número de afiliados a los dos sindicatos que encabezaron la protesta.

Tal vez por eso no los querían ver. No los querían cerca. Los hombres del capital habían dispuesto el aparato para que sus otros trabajadores, los que si firman contrato y tienen beneficios, salieran por la puerta que da a la calle 11, a un costado de donde se llevaba a cabo la manifestación.

Pero los inconformes venían preparados. Conforme los grupos llegaron a las puertas del edificio cada miembro soltaba su globo y la marcha se hizo multidimensional mientras escalaba por el aire y era vista en cada piso de Aramark ante la sorpresa y sonrisa de quienes desde las aceras contiguas observaban el evento.

Detrás de las puertas de cristal seis guardias de seguridad miraban cómo los manifestantes cantaban, bailaban y reclamaban a Aramark. Algunos otros empleados de la empresa se pegaban a las ventanas para ver y señalar a quienes protestaban en la calle.

Mientras afuera, trabajadores, padres de familia y estudiantes protestaron con la entrega de una pizza, papas fritas y una soda en lata como símbolo de lo que ellos llamaron la mala alimentación que Ararmark proveía en las cafeterías del distrito escolar y luego pasaron una gran cuenta por $6,9 millones a nombre de los ciudadanos de Filadelfia.

“Ellos piensan que por ser jóvenes estudiantes no nos uniremos ni nos quejaremos del servicio que nos daban en la escuelas”, dijo Dan Jones, de 15 años. “¡Pero hoy estamos aquí para decirles que ya no vamos a comer más su basura!”

De Malinche y de Traiciones


En cuanto a Malinche y el término “acuñado” en este espacio la semana pasada hay observaciones que deben hacerse para evitar la propagación de clichés que sólo evidencian el mal entendimiento de los hechos históricos y sus personajes. Peor aún, estos lugares comunes perpetúan la bien arraigada práctica de culpar a la mujer de todo pecado original.

Es cierto que entre los mexicanos es común llamar “malinchista” a alguien que prefiere lo extranjero por encima de lo nacional, pero valdría la pena analizar el origen del término sin tomarlo con pasión transpirando a través de cada poro. Después de todo el debate migratorio, que en mi opinión poco tiene que ver con el mal llamado “malinchismo”, debe tratarse con más cálculo que con comentarios lanzados al aire.

Primero hablemos de Malinche, quien bautizada en castellano como Marina, fue esclava, intérprete y concubina del conquistador Hernán Cortés cuando éste obtuvo para España lo que hoy se conoce como México, pero que en aquel entonces era una nación de naciones. La lectura del lugar común nos presenta a esta mujer como instrumento de la traición, como abuso de la raza y del sexo para buscar un beneficio personal en vez de defender a su raza y a su patria... ¿mexicana? Muy pocos se ocupan en pensar que esta mujer indígena cumplía con una función ajena a su voluntad.

Malinche fue entregada a Cortez como tributo para que le sirviera cuando los conquistadores derrotaron a un grupo indígena en Tabasco. Su conocimiento del maya y del nahuatl, lenguas habladas en aquel entonces, aumentó su valor y la convirtieron en el enlace crucial entre españoles e indígenas. Según los relatos que se conocen, la denominada Malinche fue hija de un noble en la costa del Golfo de México y, a la muerte de éste y por razones políticas, fue vendida a comerciantes que la llevaron a la región maya; de ahí su conocimiento de los dos idiomas.

¿Traidora? A la llegada de los españoles, los aztecas reinaban con mano dura la mayoría de lo que se conoce como Mesoamérica y que hoy es México y América Central. La opresión era tal, que varios pueblos—Cempoalas y Tlaxcaltecas—se unieron a los españoles para acabar con el dominio azteca en la región. ¿Traidores? Será más bien que se le da una interpretación apasionada a los simples hechos que se suceden para formar lo que conocemos como historia. Algo así como leer una novela, un cuento, una leyenda: ficción a final de cuentas.

Diferentes factores contribuyeron a la derrota de Tenochtitlan. Tenemos, por ejemplo, a los pueblos indígenas que se unieron a los conquistadores europeos—no sólo los españoles llegaron a este continente y no sólo ellos recibieron ayuda de los habitantes originales. Hay que acordarse también las crónicas de la conquista que cuentan cómo los mexicas sucumbieron indefensos ante las enfermedades que los españoles trajeron consigo. Y luego también estuvo Moctezuma. En los ojos de la historia, el emperador de los mexicas no fue hombre suficiente, lo que sea que eso signifique, para atacar a los españoles. Su resistencia vino demasiado tarde... cuando ya era prisionero de Cortez.

Tener a Malinche como epicentro de la debacle azteca es sólo ser simplista. Pegarle de paso una connotación de auto-rechazo revela el machismo que se disfraza de una pobre lectura de la historia con un gran oído para las “versiones oficiales”. El auto-rechazo es a posteriori; viene después cuando se rehúsa el reconocimiento de la igualdad a pesar de los orígenes y los matices de la piel—el español está por encima del mestizo y el mestizo pisa al indio.

Además, decir que en nuestras naciones no hay racismo como el que se oculta de la historia oficial de Estados Unidos sería una falacia aún más soez. El desprecio, rechazo o racismo—que a final de cuentas es como se llama—es palpable cuando se busca y se ve al blanco como modelo de belleza en los diversos vehículos de información masiva, como ejemplo a seguir, como simpático, como correcto, como educado, como civilizador, como coherente, como gobernante. El “indio” es el grosero, el ladino, el oscuro, el abusivo, el retrógrada, el lastre, el ignorante, el “que no sabe que todo esto que se llama civilización es por su bien”. Y eso no nace de Doña Marina o Malinche como le quieran llamar. Eso nace del realmente querer ser aceptado por una raza que oprime, que sojuzga.

Develemos al verdadero intolerante. No caigamos en los lugares comunes. Analicemos detenidamente. Escuchemos a quien pronuncia la palabra “indio” con verdadero desprecio, con esa voluntad de no ser parte de lo que corre por sus venas y que a su vez le da identidad. Porque Malinche fue madre de algunos de los primeros mexicanos: lo que hoy somos muchos de nosotros que cruzamos la frontera, que festejamos el 15 de septiembre con la certidumbre de que el 5 de mayo es solamente una batalla ganada que antecedió a una gran derrota, que somos indios-españoles-mestizos y pueblo de naciones.

Alguien pudiera decir que la empatía, que no simpatía, por los inmigrantes es inherente de la raza a la que pertenecen, pero la realidad es otra. Nuestros países de origen son tan culpables del rechazo cuando firman tratados de libre comercio que desaparecen a los medianos y pequeños productores y le tienden la alfombra roja a las trasnacionales; cuando los lugares de “caché” se reservan el derecho de admisión; cuando los medios de comunicación dejan de cumplir su función y nos presentan modelos y estereotipos como ejemplos a seguir.

Si Debi Dobbs dice lo que dice no es siquiera para que se le tome en serio—¿qué ejemplo puede ser? Darle voz a ella sería validar a su marido. Darle voz a ella sería no entender que la razón no está en el color de piel y que la falta de inteligencia no conoce de razas. Validemos entonces lo que contribuye al diálogo, al sincretismo, a la pluralidad. Y ya, por favor, dejen a la Malinche en paz. Porque si fue traidora, también fue nuestra madre. ¡Ah, verdad!