14 November 2007

De Malinche y de Traiciones


En cuanto a Malinche y el término “acuñado” en este espacio la semana pasada hay observaciones que deben hacerse para evitar la propagación de clichés que sólo evidencian el mal entendimiento de los hechos históricos y sus personajes. Peor aún, estos lugares comunes perpetúan la bien arraigada práctica de culpar a la mujer de todo pecado original.

Es cierto que entre los mexicanos es común llamar “malinchista” a alguien que prefiere lo extranjero por encima de lo nacional, pero valdría la pena analizar el origen del término sin tomarlo con pasión transpirando a través de cada poro. Después de todo el debate migratorio, que en mi opinión poco tiene que ver con el mal llamado “malinchismo”, debe tratarse con más cálculo que con comentarios lanzados al aire.

Primero hablemos de Malinche, quien bautizada en castellano como Marina, fue esclava, intérprete y concubina del conquistador Hernán Cortés cuando éste obtuvo para España lo que hoy se conoce como México, pero que en aquel entonces era una nación de naciones. La lectura del lugar común nos presenta a esta mujer como instrumento de la traición, como abuso de la raza y del sexo para buscar un beneficio personal en vez de defender a su raza y a su patria... ¿mexicana? Muy pocos se ocupan en pensar que esta mujer indígena cumplía con una función ajena a su voluntad.

Malinche fue entregada a Cortez como tributo para que le sirviera cuando los conquistadores derrotaron a un grupo indígena en Tabasco. Su conocimiento del maya y del nahuatl, lenguas habladas en aquel entonces, aumentó su valor y la convirtieron en el enlace crucial entre españoles e indígenas. Según los relatos que se conocen, la denominada Malinche fue hija de un noble en la costa del Golfo de México y, a la muerte de éste y por razones políticas, fue vendida a comerciantes que la llevaron a la región maya; de ahí su conocimiento de los dos idiomas.

¿Traidora? A la llegada de los españoles, los aztecas reinaban con mano dura la mayoría de lo que se conoce como Mesoamérica y que hoy es México y América Central. La opresión era tal, que varios pueblos—Cempoalas y Tlaxcaltecas—se unieron a los españoles para acabar con el dominio azteca en la región. ¿Traidores? Será más bien que se le da una interpretación apasionada a los simples hechos que se suceden para formar lo que conocemos como historia. Algo así como leer una novela, un cuento, una leyenda: ficción a final de cuentas.

Diferentes factores contribuyeron a la derrota de Tenochtitlan. Tenemos, por ejemplo, a los pueblos indígenas que se unieron a los conquistadores europeos—no sólo los españoles llegaron a este continente y no sólo ellos recibieron ayuda de los habitantes originales. Hay que acordarse también las crónicas de la conquista que cuentan cómo los mexicas sucumbieron indefensos ante las enfermedades que los españoles trajeron consigo. Y luego también estuvo Moctezuma. En los ojos de la historia, el emperador de los mexicas no fue hombre suficiente, lo que sea que eso signifique, para atacar a los españoles. Su resistencia vino demasiado tarde... cuando ya era prisionero de Cortez.

Tener a Malinche como epicentro de la debacle azteca es sólo ser simplista. Pegarle de paso una connotación de auto-rechazo revela el machismo que se disfraza de una pobre lectura de la historia con un gran oído para las “versiones oficiales”. El auto-rechazo es a posteriori; viene después cuando se rehúsa el reconocimiento de la igualdad a pesar de los orígenes y los matices de la piel—el español está por encima del mestizo y el mestizo pisa al indio.

Además, decir que en nuestras naciones no hay racismo como el que se oculta de la historia oficial de Estados Unidos sería una falacia aún más soez. El desprecio, rechazo o racismo—que a final de cuentas es como se llama—es palpable cuando se busca y se ve al blanco como modelo de belleza en los diversos vehículos de información masiva, como ejemplo a seguir, como simpático, como correcto, como educado, como civilizador, como coherente, como gobernante. El “indio” es el grosero, el ladino, el oscuro, el abusivo, el retrógrada, el lastre, el ignorante, el “que no sabe que todo esto que se llama civilización es por su bien”. Y eso no nace de Doña Marina o Malinche como le quieran llamar. Eso nace del realmente querer ser aceptado por una raza que oprime, que sojuzga.

Develemos al verdadero intolerante. No caigamos en los lugares comunes. Analicemos detenidamente. Escuchemos a quien pronuncia la palabra “indio” con verdadero desprecio, con esa voluntad de no ser parte de lo que corre por sus venas y que a su vez le da identidad. Porque Malinche fue madre de algunos de los primeros mexicanos: lo que hoy somos muchos de nosotros que cruzamos la frontera, que festejamos el 15 de septiembre con la certidumbre de que el 5 de mayo es solamente una batalla ganada que antecedió a una gran derrota, que somos indios-españoles-mestizos y pueblo de naciones.

Alguien pudiera decir que la empatía, que no simpatía, por los inmigrantes es inherente de la raza a la que pertenecen, pero la realidad es otra. Nuestros países de origen son tan culpables del rechazo cuando firman tratados de libre comercio que desaparecen a los medianos y pequeños productores y le tienden la alfombra roja a las trasnacionales; cuando los lugares de “caché” se reservan el derecho de admisión; cuando los medios de comunicación dejan de cumplir su función y nos presentan modelos y estereotipos como ejemplos a seguir.

Si Debi Dobbs dice lo que dice no es siquiera para que se le tome en serio—¿qué ejemplo puede ser? Darle voz a ella sería validar a su marido. Darle voz a ella sería no entender que la razón no está en el color de piel y que la falta de inteligencia no conoce de razas. Validemos entonces lo que contribuye al diálogo, al sincretismo, a la pluralidad. Y ya, por favor, dejen a la Malinche en paz. Porque si fue traidora, también fue nuestra madre. ¡Ah, verdad!

1 comment:

Garash said...

DEbo mi lista, lo siento he estado en otras cosas.

Me pondré a mano lo aseguro.

Un abrazo.