23 December 2007

Dificultades de la memoria

Jacinto Rivera quiso recordar los "días felices" de su infancia y adolescencia. No pudo. Dudó siquiera haber vivido esos momentos que en verdad lo hacían feliz cuando los traía de vuelta a la mente. Le pareció ridículo siquiera cuestionarse eso. Así que inseguro de su memoria se atuvo a la certeza de haber vivido esos días y sonrió al estar seguro que todo eso había pasado.

Un ejercicio para recuperar el ritmo

Por fin encontró lo que necesitaba en ese día de mierda: una mandarina dulce entre todas las amargas e insípidas que compró la noche anterior en el modesto mercado de la esquina que vende a precios nada modestos—lo que se ahorra uno en distancia, pensó, se lo gasta uno en flojera. Le irritaba la lluvia y el no poder salir. Sentado a la mesa, mientras pelaba la mandarina, recordaba salir del mercado, caminar hacia el bar que está a tres cuadras, sentir las primeras gotas caer, recapacitar y dar la vuelta camino a casa. Se excusó a si mismo primero pensando que sería ridículo llegar a la barra, dirigirse a la joven que atiende el lugar con esa sonrisa que tanto le acalambra la compostura para pedirle una cerveza y beber mientras la bolsa de mandarinas posaba tranquilamente a un lado de su vaso. Si, era estúpido a veces en sus conjeturas y especulaciones de futuros nunca llegados. Abandonó ese pensamiento—aunque decidió no olvidarse de la sonrisa—y se descubrió como un perfecto cobarde al acertar que la verdadera razón por la que no caminó al bar cuando comenzó a llover fue el temor a resfriarse. Sí, era pánico lo que le tenía al chorro incontenible escurriendo de su nariz mientras respiraba a bocanadas y el dolor en su espalda lo quebraba en la banqueta, en la silla o en el baño. Además le chocaban las sopitas y los caldos que le querían inyectar sus tías siempre que se enfermaba. No servían. Estaba comprobado. De todos modos eso no pasó esta vez y en realidad no recordaba alguna ocasión en que un resfriado lo hubiera quebrado—la verdad es que mamá siempre lo arropó bien y en raras ocasiones se enfermó.

Así que volvió a la mandarina. La peló, le quitó cada una de las tiras blancas que quedan agarradas a los gajos. Su pensar y su mirada se fijaron en las semillas. Presionaba cada pedazo y hacía que el huesito se paseara de un lado a otro dentro de la membrana. Y pensaba en el hijo que se le venía encima y en la mujer que lo tendría y no sabía si salir corriendo y perderse en las calles de la ciudad o si pedirle a ella que se dejara de juegos y se diera cuenta de que no estaban listos para criar un niño y menos en medio de “todo lo que estaba pasando en el mundo”. La frase lo hacía sonreír ligeramente. El mundo siempre había estado igual. Se acordaba de mamá contando historias de las calamidades que las nuevas generaciones enfrentarían al nacer. Pero de los sucesos que hablaba su madre no estaba seguro. Así que eso no era excusa. Presionó la mandarina y salió la semilla. Brincó a la mesa, rebotando tres veces antes de quedarse quieta. Se metió el gajo a la boca y lo masticó mientras escuchaba la lluvia arreciar su galope sobre el asfalto y la dulce acidez de la mandarina le colgaba una etiqueta superlativa a la sonrisa de la linda chica del bar con su gesto curveando entre la coquetería y la mesura, siempre idéntica a la llegada de cada uno de los clientes. Es lo que pasa cuando uno está solo. Pero él no estaba solo. Su compañía cargaba a su hijo, dos razones importantes para negar su soledad. Importantes también para acordarse que las mandarinas que compró a tres dólares la libra estaban amargas y poco jugosas y cuestionarse por qué no fue a la cantina cuando tenía tantas ganas de tomarse una cerveza aunque lloviera y no lloviera y saber por qué ahora estaba sentado maldiciendo las mandarinas, a su hijo nonato, a su mujer y quizás hasta a su madre y a la lluvia muy seguramente. Tomó otro gajo y jugueteó con la semilla que llevaba dentro. La disparó como a la anterior y cayó muy cerca de su predecesora. Nada era agradable, sólo el hecho de haber encontrado una mandarina dulce entre todas las demás agrias y secas lo hacía recordar a la mesera. Era falsa y decidió maldecirla como al resto de su pensamiento. Miró las semillas. Las tomó pensando en su hijo-en-camino y se las metió a la boca. Y las masticó.

Recomendación

A ella la quiero mucho y me gusta (lo que hace)

20 December 2007

Una pérdida de tiempo

El vino sólo calienta mis venas que ya están de por sí ardiendo. Creo que no debería salir a este frío bajo cero, aunque siempre me divierte ver el vaho subir desde mi boca y hacerse noche mientras camino apresurado a mi tercer piso. La plática en la mesa contigua se terminó hace ya un rato. Sigue aunque ya no la escucho, le perdí la importancia cuando dijeron algo sobre la existencia de dios. Yo no creo. Pero tampoco me cuestiono porque me resulta una pérdida de tiempo. A final de cuentas siempre queda el recurso "Sartre" y los de la mesa contigua ahora hablan de la efectividad de las metáforas en los escritos. Puedo pensar que sí, que la existecia de dios es una gran metáfora que nos quiere decir que encima de la mierda ya no hay más mierda. O sea que todo esto tiene fin, pero todo esto no tiene que ser mierda precisamente. Sistema a final de cuentas, me doy cuenta que soy parte de él—llámalo dios, merlot o registro civil. La metáfora ahí está y uno la toma como la opresión que tritura desde adentro de uno mismo, como la escalera al estado mejor de las cosas. Pero las escaleras también sirven para bajar. "Es el principio indígena de la dualidad", dijo el que quiso venderme el libro de cuentos prehispánicos en la Avenida Juárez. También me lo dijo un pintor el otro día. Y ahora estoy aquí hablando de dios y de cosas que pensé sin importancia mientras espero a que llegue alguien a una de las mesas que están vacías para escuchar de qué hablan y sentir que me platican algunas cosas, aunque a mí no me digan nada... Ja!

19 December 2007

Fue el 15 de diciembre

Caminaba pensando en el miedo. ¿Sería que eso sentía? Tal vez. Aunque no creo que por eso estuviera tan oscura la calle y tan fría la noche. Parecía ser una subida. A la derecha estaba la entrada a una zona de apartamentos, mientras que a mi izquierda el pasto de un lote baldío era alumbrado por una tenue luz blanca que azuleaba todo. Crucé hacia la entrada de los edificios. En una plazuela que se veía detrás del primer complejo una luz amarilla-anaranjada dibujaba el vacío del lugar a esas horas. Pero antes de entrar sentí un cierto recelo, miedo, si quieres, a entrar. Pensé mejor regresar a mi camino en la cuesta. Y justo lo hacía cuando desde la esquina del lote baldío escuché los gritos de un hombre. “Leave her alone”, decía. Y voltee. Y la vi a ella, a la que el hombre querían que dejaran en paz. Y estaba él, el hombre, gritándole a otro que sostenía una pistola. “Are you going to shoot me? Are you going to shoot me? Shoot me, motherfucker!” Le gritaba. Y le disparó. Tres balazos. Cayó el hombre y ella corrió y un carro que apareció a mi derecha me iba a servir de escondite pero estoy muy gordo y no quepo debajo de él y un hombre en uniforme de policía o bombero corre hacia mí y me dice que me quite de ahí, que me quité de ahí y rebota contra mí y quiere esconderse debajo del baúl del auto y el camión de bomberos y un camión de bomberos arranca en una esquina y alguien ya atrapó al que disparó y la mujer a la que debían dejar sola llora chorreando gritos. No pasa mucho para que yo me incorpore y vaya a ver qué pasó. Sobre una sábana azul está el cuerpo torcido del baleado; el codo, me acuerdo muy bien del codo, está como fracturado rompiendo el ángulo natural de la coyuntura. Pero no hay sangre. En una silla que alguien sacó de no sé dónde está el que disparó con la mirada clavada al piso, con las rodillas inquietas abriendo y cerrando, con las manos esposadas. Vuelvo a ver al muerto, porque ya está muerto, y no hay sangre.

14 November 2007

Una marcha en Filadelfia

Y llegaron de Nueva York y Nueva Jersey. Y llegaron a apoyar a los “hermanos” de la causa local que detrás de un reclamo ciudadano de $6,9 millones y reclamo laboral de mejoras en las condiciones de trabajo hacían a Amarark, empresa que supuestamente adeuda esa cantidad al Distrito Escolar de Filadelfia tras la cancelación de un contrato para proveer de servicios de cafetería a las escuelas de Filadelfia.

Eran los miembros del sindicato UNITE NOW y SEIU, que en conjunto con organizaciones locales de estudiantes y padres de familia marcharon del Parque a la Independencia hasta las oficinas del consorcio sobre la avenida Market, en el centro de Filadelfia, la tarde del pasado 13 de noviembre.

El clima cooperó con ellos—la lluvia de esa mañana fue seguida por una agradable tarde otoñal en la que el frío fue poco extrañado. “Queremos firmar un contrato y que nos den beneficios porque nosotros hacemos que esa compañía crezca”, dijo una empleada de Aramark que no quiso identificarse por miedo a ser despedida.

Y fueron miles de voces. Y fueron el mismo canto. Y fueron el paso siguiente, siempre uno detrás del otro: en el cruce de Market y Sexta, Market y Séptima, Market y Octava, Market y Novena, Market y Décima, hasta que llegaron.

Cargaban pancartas que clamaban por una compensación justa. Portaban camisetas rojas, blancas y moradas y de sus manos globos rojos buscaban fugarse al cielo mientras los cantos se repetían una vez tras otra en procesión de niños, mujeres y hombres que eran fuerza que eran esperanza que eran reclamo que eran una sola masa a las afueras de la empresa que cerró sus puertas para impedir que los manifestantes entraran.

Ese mismo día, voceros de la empresa habían minimizado la marcha al decir que sólo se trataba de un movimiento para incrementar el número de afiliados a los dos sindicatos que encabezaron la protesta.

Tal vez por eso no los querían ver. No los querían cerca. Los hombres del capital habían dispuesto el aparato para que sus otros trabajadores, los que si firman contrato y tienen beneficios, salieran por la puerta que da a la calle 11, a un costado de donde se llevaba a cabo la manifestación.

Pero los inconformes venían preparados. Conforme los grupos llegaron a las puertas del edificio cada miembro soltaba su globo y la marcha se hizo multidimensional mientras escalaba por el aire y era vista en cada piso de Aramark ante la sorpresa y sonrisa de quienes desde las aceras contiguas observaban el evento.

Detrás de las puertas de cristal seis guardias de seguridad miraban cómo los manifestantes cantaban, bailaban y reclamaban a Aramark. Algunos otros empleados de la empresa se pegaban a las ventanas para ver y señalar a quienes protestaban en la calle.

Mientras afuera, trabajadores, padres de familia y estudiantes protestaron con la entrega de una pizza, papas fritas y una soda en lata como símbolo de lo que ellos llamaron la mala alimentación que Ararmark proveía en las cafeterías del distrito escolar y luego pasaron una gran cuenta por $6,9 millones a nombre de los ciudadanos de Filadelfia.

“Ellos piensan que por ser jóvenes estudiantes no nos uniremos ni nos quejaremos del servicio que nos daban en la escuelas”, dijo Dan Jones, de 15 años. “¡Pero hoy estamos aquí para decirles que ya no vamos a comer más su basura!”

De Malinche y de Traiciones


En cuanto a Malinche y el término “acuñado” en este espacio la semana pasada hay observaciones que deben hacerse para evitar la propagación de clichés que sólo evidencian el mal entendimiento de los hechos históricos y sus personajes. Peor aún, estos lugares comunes perpetúan la bien arraigada práctica de culpar a la mujer de todo pecado original.

Es cierto que entre los mexicanos es común llamar “malinchista” a alguien que prefiere lo extranjero por encima de lo nacional, pero valdría la pena analizar el origen del término sin tomarlo con pasión transpirando a través de cada poro. Después de todo el debate migratorio, que en mi opinión poco tiene que ver con el mal llamado “malinchismo”, debe tratarse con más cálculo que con comentarios lanzados al aire.

Primero hablemos de Malinche, quien bautizada en castellano como Marina, fue esclava, intérprete y concubina del conquistador Hernán Cortés cuando éste obtuvo para España lo que hoy se conoce como México, pero que en aquel entonces era una nación de naciones. La lectura del lugar común nos presenta a esta mujer como instrumento de la traición, como abuso de la raza y del sexo para buscar un beneficio personal en vez de defender a su raza y a su patria... ¿mexicana? Muy pocos se ocupan en pensar que esta mujer indígena cumplía con una función ajena a su voluntad.

Malinche fue entregada a Cortez como tributo para que le sirviera cuando los conquistadores derrotaron a un grupo indígena en Tabasco. Su conocimiento del maya y del nahuatl, lenguas habladas en aquel entonces, aumentó su valor y la convirtieron en el enlace crucial entre españoles e indígenas. Según los relatos que se conocen, la denominada Malinche fue hija de un noble en la costa del Golfo de México y, a la muerte de éste y por razones políticas, fue vendida a comerciantes que la llevaron a la región maya; de ahí su conocimiento de los dos idiomas.

¿Traidora? A la llegada de los españoles, los aztecas reinaban con mano dura la mayoría de lo que se conoce como Mesoamérica y que hoy es México y América Central. La opresión era tal, que varios pueblos—Cempoalas y Tlaxcaltecas—se unieron a los españoles para acabar con el dominio azteca en la región. ¿Traidores? Será más bien que se le da una interpretación apasionada a los simples hechos que se suceden para formar lo que conocemos como historia. Algo así como leer una novela, un cuento, una leyenda: ficción a final de cuentas.

Diferentes factores contribuyeron a la derrota de Tenochtitlan. Tenemos, por ejemplo, a los pueblos indígenas que se unieron a los conquistadores europeos—no sólo los españoles llegaron a este continente y no sólo ellos recibieron ayuda de los habitantes originales. Hay que acordarse también las crónicas de la conquista que cuentan cómo los mexicas sucumbieron indefensos ante las enfermedades que los españoles trajeron consigo. Y luego también estuvo Moctezuma. En los ojos de la historia, el emperador de los mexicas no fue hombre suficiente, lo que sea que eso signifique, para atacar a los españoles. Su resistencia vino demasiado tarde... cuando ya era prisionero de Cortez.

Tener a Malinche como epicentro de la debacle azteca es sólo ser simplista. Pegarle de paso una connotación de auto-rechazo revela el machismo que se disfraza de una pobre lectura de la historia con un gran oído para las “versiones oficiales”. El auto-rechazo es a posteriori; viene después cuando se rehúsa el reconocimiento de la igualdad a pesar de los orígenes y los matices de la piel—el español está por encima del mestizo y el mestizo pisa al indio.

Además, decir que en nuestras naciones no hay racismo como el que se oculta de la historia oficial de Estados Unidos sería una falacia aún más soez. El desprecio, rechazo o racismo—que a final de cuentas es como se llama—es palpable cuando se busca y se ve al blanco como modelo de belleza en los diversos vehículos de información masiva, como ejemplo a seguir, como simpático, como correcto, como educado, como civilizador, como coherente, como gobernante. El “indio” es el grosero, el ladino, el oscuro, el abusivo, el retrógrada, el lastre, el ignorante, el “que no sabe que todo esto que se llama civilización es por su bien”. Y eso no nace de Doña Marina o Malinche como le quieran llamar. Eso nace del realmente querer ser aceptado por una raza que oprime, que sojuzga.

Develemos al verdadero intolerante. No caigamos en los lugares comunes. Analicemos detenidamente. Escuchemos a quien pronuncia la palabra “indio” con verdadero desprecio, con esa voluntad de no ser parte de lo que corre por sus venas y que a su vez le da identidad. Porque Malinche fue madre de algunos de los primeros mexicanos: lo que hoy somos muchos de nosotros que cruzamos la frontera, que festejamos el 15 de septiembre con la certidumbre de que el 5 de mayo es solamente una batalla ganada que antecedió a una gran derrota, que somos indios-españoles-mestizos y pueblo de naciones.

Alguien pudiera decir que la empatía, que no simpatía, por los inmigrantes es inherente de la raza a la que pertenecen, pero la realidad es otra. Nuestros países de origen son tan culpables del rechazo cuando firman tratados de libre comercio que desaparecen a los medianos y pequeños productores y le tienden la alfombra roja a las trasnacionales; cuando los lugares de “caché” se reservan el derecho de admisión; cuando los medios de comunicación dejan de cumplir su función y nos presentan modelos y estereotipos como ejemplos a seguir.

Si Debi Dobbs dice lo que dice no es siquiera para que se le tome en serio—¿qué ejemplo puede ser? Darle voz a ella sería validar a su marido. Darle voz a ella sería no entender que la razón no está en el color de piel y que la falta de inteligencia no conoce de razas. Validemos entonces lo que contribuye al diálogo, al sincretismo, a la pluralidad. Y ya, por favor, dejen a la Malinche en paz. Porque si fue traidora, también fue nuestra madre. ¡Ah, verdad!

08 September 2007

La Muerte de El Tiny

A play inspired by a poem I didn’t like.

Characters: HOMITO: A cholo-like chap that works at Royal Tacos. He is in his middle twenties, has short hair and speaks with a certain poetical rhythm. His movements are quick and precise.

El TINY: Another cholo. El Tiny is around Homito’s age but looks old and wasted. He swaggers in a hoodlum fashion and never looks into a person’s eyes when he speaks.

MANAGER: Homito’s boss at Royal Tacos. He is white, probably anglo, and doesn’t know any Spanish. He looks older than he actually is (35 years). He wears glasses, speaks with a slight Texan accent and has untidy hair. He’s always nervous.

WOMAN AND GIRL: Homito meets them on the bus. They’re on their way to the other side of the border. Work and school wait for them.

CHARACTERS: People Homito encounters on his way to work. Role performed always by the same actor.

CROWD

(We’re in the enormous kitchen of a heavily crowded fast food restaurant in downtown El Paso. The place is Royal Tacos. Noise is everywhere, and people from all ages wearing grease and sauce stained green t-shirts and black trousers walk frantically back and fro carrying all kinds of cooking and cleaning utensils. A man wearing fewer of the same stains on his blue shirt and khaki bottoms goes from one side to another yelling, signaling, bothering the automatons with his orders. A man, Homito, enters from the left part of the stage and approaches this man, the Manager, who is standing on the far right edge of the setting).

MANAGER: (He starts speaking when Homito is about five to three steps from him.) So, you finally decided to show up!

HOMITO: ¡Chale, cálemla, vato! I had a big problema, ese. Let me explain, all right?

MANAGER: You’re full of excuses, homito. What happened now, another of your six grannies passed away?

(An employee passes by carrying a bucket. He looks exhausted.)

HOMITO: ¡Nel, chale! (He moves aside to let the employee pass). It ain’t my fault mi big familia is prone to pay a visit to la calaca every other month. You know how wild and loco the barrio is…

(The employee drops the bucket and the water spills. The manager seems to get mad and excited. He yells his next lines.)

MANAGER: You idiot! Look at all that soap you wasted. (Signaling the floor) See this foam? See this foam? Should you use less soap, we could save the company hundreds on soap, stupid kid! Hundreds!! You’ll better start scrubbing the floor right away, Ernie! (He turns to face Homito. He speaks sternly) Now, what were you saying? (He grabs the clipboard lying on the counter and starts flipping the sheets of paper, as if looking for a document.) Speak, damn it! I’m gonna write you up, anyways, boy. Where were you yesterday? How come you didn’t phone?

HOMITO: Sssshh! (He silences the manager hitting his lips with his index finger three to five quick times Then he speaks in a low but confident tone.) Cálmala, homes, chale! You always make pedo por todo, ese. You’re going to die de tanto coraje, you know? My granny murió d’eso.

Manager: Dying? I don’t care about dying, Homito! I care for the hours your absences are costing to my store! I’m giving out overtime to anyone who wants to cover for you. (In a sardonic, proud tone) Good lord everybody needs the extra hours. They’ve even fought to get at least one.

HOMITO: Chale, vato! .You know I work hard. I don’t show up very of-ten, but when I do so le pongo duro al camello, homes.

(A short silence ensues. Homito scratches his head. The manager looks at him expectantly).

MANAGER: So, what’s your excuse, Homito?

HOMITO: Chale! It ain’t no excuse, homes. It’s what happened, neta.

MANAGER: Then, tell me, you lazy cholo! I bet you’re high again (He waves him to come closer) Let me see you eyes closer!

HOMITO: I don’t smoke anymore, vato. La motita makes me see things, you know… But what happened yesterday I didn’t just see it, fue la realidá, homes!

MANAGER: Are you gonna tell me for once why the hell you didn’t come to work yesterday?

(The background goes dark. The only light lit shines over Homito, who is still facing the manager. The kitchen sounds stop, and urban noises flourish as Homito begins his tale.)

HOMITO: I woke up early in the morning with the idea of coming to work as I always do. Mi jefita made me breakfast: two skinny and sabrosos burritos and I took off lueguito de que tiré shower, homes. (Marches on the same spot) I walked down la calle till the corner where I always get la burra that takes me down to the town. I stood next to Don Ramiro’s magazine stand.

(LIGHT ILLUMINATES A MAN NEXT TO HOMITO. A SORT OF STAND APPEARS AS WELL.)

DON RAMIRO: Ta cold la mañana, verdá, chavalo? (light fades out. The man disappears.)

HOMITO: Hey, homes! I remember putting las manos inside the pockets of mi chamarra. (snaps his fingers). Si taba cold la morning. The grey clouds were encima de mí, vato. I could feel the air bien frío on mi cara. Garré el first bus que llegó.

(A LIGHT GOES ON AT THE OTHER CORNER. A MAN ENTERS AS HE MIMICS THE DRIVING OF A BUS JOLTING ON HIS IMAGINARY SEAT. HE WALKS TOWARDS HOMITO.)

BUS DRIVER: ¡Buenos días, compita!

(HOMITO walks behind the man and squats. HOMITO continues speaking.)

HOMITO: A girl con su jefita were in the bus.

(a light goes on behind HOMITO, showing the passengers.)

WOMAN: MIja it’s gonna be bien windy cuando súbamos el bridge.

GIRL: (complaining) Mom, yo no quiero ir a la school. It’s an awful day, mom!

HOMITO: Sonaban las bells de la church when we got down to the town. The señora pushed her niña down the aisle and off the bus.

(The woman does exactly what HOMITO says. Their light shows their trajectory. HOMITO goes after them.)

HOMITO: (smiles) Si, homeboy, I walked behind that lady for a couple o’blocks. Si, vato, the seño got back, with all due respect, simón! I saw how they got lost, la niña y su jefita, in the middle of toda la gente racing their way to the border. (some people walk faster, passing HOMITO. he pretends he’s walking) I went all the way down to tha street that goes to the bridge. You know, ready pal jale y todo eso. So, te digo, I walked down da street, and when I turned the corner I saw him, lo waché, carnal.

(a light goes on to show us EL TINY looking around. After a few seconds he sees HOMITO).

EL TINY: Pos quihubo, wassappening, home boy?

HOMITO: (puzzled face) I saw him, it was El Tiny, a good camarada from the old days in la clicka and the barrio. El Tiny, the best carnalito I got in la pinta.

EL TINY: Quihubo-leeeee? Long time no see, homes… (he walks towards HOMITO.)

HOMITO: (stopping his walk) Hey, wassup, El Tiny? Good to see you, homes.

From the very beginning I noticed something wrong. His cara didn’t look all right. Lo waché bien malito, a El Tiny, my homeboy from La Pinta.

EL TINY: ¿Cómo le va, homes? What you been up to?

HOMITO: ¿Qué pues, carnal? How ya been, homeboy?

(both shake hands. People pass by every once in a while.)

When you came out?

EL TINY: I’ve been out six months now.

HOMITO: (EL TINY can’t hear this) I saw something on his face; taba pale y sick el vato. Something was wrong with him, you know; I could tell, from the very beginning. His face wasn’t the one I met when we were doing time in La Pinta. Mi carnalito wasn’t fine. From head to bottom, that wasn’t EL Tiny I met in the old days, nel, I could tell something was wrong.

EL TINY: ¿Qué pasó, carnal? Such a long time and you have nothing to say, not even hello.

HOMITO: ¡Chale, El Tiny! Don’t get me wrong, carnal, it’s just a big surprise to see you. How you been, homes?

EL TINY: Mal, carnal, ever since I got out I haven’t got any chambas, no freaking way of making any feria. I went to the old barrio and nothing good came from there. It’s been rough and wild, Homito. What about you? I see you bien bañadito, ready for something. What you up to, vato?

HOMITO: (looking stressed) Well, carnal, I got a jalecito at Royal Tacos, remember we used to go there! (smiles) Now I get the chalupas for free, homes. (looks at his watch) Hey, El Tiny, I gotta get going. It’s late already.

EL TINY: So you’re working and shit, huh? How good… Hey… remember the old times inside La Pinta. I got your back, homeboy… Remember? Nobody fucked with us; I got us covered… ¿te acuerdas?

HOMITO: ¡Chale! Of course I remember, vato. I know you saved my ass in la pinta. You’re my carnalito. We were together in those hard times….

EL TINY: Times haven’t been kind to this little vato…You know… Homito… You know how hard is trying to leave all that shit behind… I’m trying homes… I just need one more shot and I’ll be fine; dame esquina, carnal! Share some money with El Tiny…

HOMITO: No, carnal, chale; I got nothing to share. Mi lana es pa’ mi jefita, homes. I cannot give you what’s not mine…

EL TINY: (irritated) ¡Chale, carnal, chale! I saved your ass in la pinta, remember? That mayate was gonna make you his bitch, homes! Remember, huh? Remember?

HOMITO: Chale! Simón que me acuerdo…Thank you, carnal, for all what you did for me inside la pinta, vato… I owe you my life and my culo… But la feria is for la jefita…I owe her more for all I’ve done to her, carnal…I was down with la vida loca and always stood up for el barrio…

EL TINY: (furious) Chale, vato! Give some pesos, homes! I just need one more shot, that’s all! Remember la pinta, ese!

HOMITO: Cálmela, vato! I got nothing to give, nothing to share, homes!! I’m telling you. It’s no deceive, no tengo feria, ese! Now, I gotta go, El Tiny. It’s late for work…

EL TINY: (yells) Remember la pinta, puto!

HOMITO: (EL TINY can’t hear this) I knew things were getting bad. Chale, that wasn’t the old El Tiny, the one who saved me in la pinta, mi carnal from the barrio…He had the devil inside, and the devil was about to come out…

EL TINY: (as he tries to grab HOMITO by the shoulder) ¡Afloje una feria, carnal!

HOMITO: (pulls back) ¡Cálmela, ese! I remember la pinta, the old days with all the homeboys in the barrio, and las jainitas, too… But I can’t give you my feria, homes!

EL TINY: ¡Túmbese o lo tumbo, puto!

HOMITO: ¡Chale, nel, chale!... (makes a pause. EL TINY doesn’t hear the next line) That’s when it all began. Se le salió el chamuco.

EL TINY: ¡Ora, puto!

HOMITO: (EL TINY does everything HOMITO says) He tried to hit… He tried to punch me once, punch me twice… But I moved (HOMITO evades EL TINY’s blows). That’s when I told him to stop, but he wouldn’t listen…

EL TINY: (panting and crying) ¡Afloje la feria, carnal! It’s fucking hell, and it’s fucking burning my bones and my skin, homes!

HOMITO: After saying this he tried to hit me again, but I dodge his puño…Y que se mete la mano a su pocket. He reached in for something… he took out his navaja…M’iba picar, El Tiny… We were together in la pinta, los dos carnalitos…

EL TINY: ¡Túmbese! Gime’ la feria, pinchi leva!

HOMITO: He was furious in his head and I was frightened. And he did it, my homeboy tried to stab con su knifa! But I didn’t let him… (EL TINY attacks) And I dodged his punta the first time… I couldn’t believe it… Mi homeboy trying to kill for some pesos… I got mad.... Loquito me puse… And I couldn’t stand it anymore…

EL TINY: ¡La feria, puto! (he moves his arm back and forward several times)

HOMITO: And I couldn’t stand it anymore… I grabbed him by the arm and I hit him once, hit him twice (punches EL TINY), his head bounced back…. I hit him one more time, and bam! Down he went! (EL TINY falls and shakes on the floor) El Tiny, my homeboy from la pinta was down on el piso, you know… Blood on my fist, blood on the floor… El Tiny there, lying on the ground, his body shaking, and my head, mi cabecita se puso loca…Old thoughts came back to me, I was furious, insane in the brain... And his body lying on the floor. And I saw him, quieto, heavily breathing, his blood all over the place… I was furious, my homeboy from la pinta quiso chingarme and I fucked him up… But it wasn’t enough punishment. He had to pay. I saw his head, an eye open looking just at me, asking for a conclusion…Y se la di…(after a pause he continues his narration all excited) I stomped on his head. I did it once, twice, I dunno how many times. La blood splashed mi camisa, mi pantalón, mi cara. El Tiny was beneath my aged fury, motionless. But I hadn’t had enough. I needed to finish him. So, que lo piso otra vez y otra vez y otra vez. He stopped breathing. He stopped moving. He was just a rag on the cement. And I’ve done it all. Lo quiebré. I killed El Tiny, my homeboy from la pinta. Yo tenía su sangre toda sobre mi cuerpo. And his body muerto by my feet and my fury… I killed El Tiny. After that, I just felt bad and tired and went back home. That’s why I didn’t come to work yesterday.

(Lights go on. The employees look at homito in astonishment. The manager finishes writing on the clipboard)

MANAGER: OK, I’m writing you up…


[END]

26 July 2007

El hombre y su dios

Debajo de las piedras había un hombre inventándose un dios a cada rato. Todos los días se levantaba y cargaba su piedra de un lado a otro de la calle en peregrinación y evangelio. Nunca regresaba al mismo lugar. Atrás dejaba su labor, su mensaje. Estaba seguro de que quien lo hubiera escuchado habría entendido lo que sus palabras, que no eran suyas, según decía, quisieron decir. Como a eso de las 10 de la mañana, después de haber desayunado pasto o alguna hormiga, luego de beber de alguna gota de rocío pegada a la hierba, se sentaba por horas a pensar y a rezar en ese dios inventado. Seguro estaba de que ese ser supremo lo había creado todo. A veces escribía las palabras que decía escuchar en su voz. Cada enunciado que manaba de su respirar era siempre atribuido a la palabra de su señor. Sus frases, o iluminación, como él mismo la llamaba, poco se comprometían con lo tangible, siempre dándole la vuelta a las cosas. Decía que habría un tiempo en que nosotros los perdidos seguiríamos las enseñanzas de quien él dice es un señor bonachón y travieso.

La roca nunca le pesaba. Él decía que el "Siempre Presente" se la dio para que aprendiera a amarlo. En ciertas fechas, no recuerdo cuáles, este diminuto hombre que vive debajo de las piedras inventándose un dios a cada rato se laceraba la espalda con hierbas secas por esa fe ciega que le tenía a quien él llama Padre. Yo llegué a pensar que estaba cegado, que una de esas piedras que cargaba le ha caído más de una vez en la cabeza y por eso no veía las cosas como son. Claro que nunca le dije eso. Yo sólamente le saludaba cada que lo miraba atravezar la calle o salir de entre las piedras para orar al cielo. Había veces en las que siendo presa de la aburrición me ponía a escuchar sus oraciones, misterios y plegarias a ese ser que lo sabía todo. Él esperaba que todo pasara según la voluntad de eso más grande. No escuchaba de razones y entendimientos porque, él decía, aquello que todo lo puede no se mide con lo que ha hecho sino con lo que está siempre por venir.

Una mañana de la semana pasada lo pude ver. Sin querer pateé una roca de cantos redondos y precisos, una piedra de agua, mientras caminaba a la vuelta de mi casa. Para mí todas las piedras se ven iguales. Él estaba ahí, debajo; quizás dormido. Se espantó de los pies a la cabeza. Dio un brinco y se sacudió todito. Quiso correr, alejarse y voltear a verme al mismo tiempo. Por no mirar el camino de su huída tropezó con una semilla que alguien habría tirado en la banqueta. Yo me quedé ahí. Frío. No moví un dedo. Las nubes avanzaban otro tanto encima de nosotros. Distinguí bien su cara de horror. Así, con ese rostro apesumbrado, se fue arrastrando hasta llegar a un montoncito de polvo y hojas secar que estaba a un paso de distancia. Respiraba agitado. Su pequeño pecho se hinchaba con cada bocanada. Volteó a mirarme con el corazón brincándole en los ojos y el pescuezo. Tenía sangre en sus manos y rodillas. Quise ayudarle a llegar más rápido, pero entendí que no debía hacerlo. Me quedé ahí, frío. Él se metió debajo de una hoja seca que se fue volando con el viento. Ahora ya no pateo las piedras, piso las hojas secas y amarillas. Me gusta oirlas resquebrajarse.

21 June 2007

Esto no es "Querido diario"

Gustavo Martínez Contreras

Para Juan Guillermo Tornoe escribir en su blog no es sólo parte de la rutina diaria: es un compromiso.

"Todas las noches, cuando la familia se duerme, me pongo a trabajar en mi blog", dice Tornoe, guatemalteco avecindado en Austin, Texas, y creador del blog Hispanic Trending. "Los blogs dan más información a las personas, dan acceso a muchas cosas que regularmente no se cubren en los medios convencionales."

Y es que con el incremento en el número de usuarios hispanos de Internet, se viene también una crecida en la diversidad de voces sonando desde el ciberespacio a través de blogs o bitácoras en la red.

De acuerdo al estudio "The AOL Latino 2006 Hispanic Cyberstudy" hasta hace seis meses navegaban en la Internet más de 16 millones de Latinos. De estos, el 52 por ciento lee o escribe en estos blogs, hecho que, según Tornoe fomenta "la libre expresión de pensamientos y sirve para tener un diálogo".

Y es que en la red se hallan las más variadas opiniones y, como dice el mismo Tornoe, "la gente encuentra la información que está buscando".

Aunque no hay un censo de los blogs hispanos que existen en la actualidad, se ha visto un florecimiento de estas bitácoras que hablan desde cuestiones personales hasta temas políticos y de actualidad. Pero el bloguer latino aún se encuentra dando sus primeros pasos y, a la par de este inicio, hay quienes ya están fijando sus ojos en el potencial que este creciente mercado tiene.

Pero el mercado hispano, tal y como sus blogs reflejan, no es tan fácil de entender ni de alcanzar. Cifras dadas a conocer en los reportes "Latinos Online" y "Bloggers: A portrait of the internet's new storytellers", elaborados por el Pew Internet and American Life Project, revelan que aún entre la gran masa hispana que sólo habla español en Estados Unidos, compuesta en su mayoría por inmigrantes mexicanos, apenas una de cada tres personas usan la Internet, alejándolos así de cualquier participación en la denominada "democracia digital".

Esta situación se ve íntimamente relacionada, dice el estudio, con bajos niveles de educación, poco o nulo manejo del inglés y la falta de familiaridad que tienen los hispanos mayores de 60 años con las nuevas tecnologías.

Además, según los estudios, los hispanos representan apenas un 20 por ciento entre quienes escriben blogs, cifra que pudiera ir en aumento a la par del crecimiento de los canales hispanos en la red. Se espera que para el fin de esta década los hispanos en línea sobrepasen los 20 millones de usuarios.

Para atacar esta problemática, ya hay quienes han puesto sus ojos en el reto que esto representa. Actualmente la empresa de Internet AOL Latino cuenta con 25 blogs hispanos habilitados.

"Estamos añadiendo blogs cada semana porque hay interés, hay entusiasmo, hay reacciones inmediatas en cuanto se publican temas", dijo Miguel Ferrer, director programación de AOL Latino. "Los temas van desde la política hasta recetas de cocina".

Dijo que entre las motivaciones para abrir estos espacios se "reconoce el potencial del mercado hispano y eleva la voz de la comunidad a la par de la editorial de muchas empresas noticiosas, aunque aún quedarán aspectos en los que los expertos seguirán siendo la fuente principal de información".

Pero hay para quienes esta apertura de los medios tradicionales hacia las nuevas tecnologías no resulta más que una estrategia de mercado y no un vehículo desarrollado para fomentar el diálogo social.

"Generalmente las empresas del mainstream se enfocan en el entretenimiento porque pueden vender espacios publicitarios y orientándose en los adolescentes", dijo Maegan "La Mala" Ortiz, editora de la costa este del blog informativo VivirLatino.com y blogger de la bitácora independiente MamitaMala.com. "La blogosfera ha crecido en los últimos tres años, pero, como en el mundo real, los latinos siguen siendo una minoría".

Con la experiencia ya de publicar su propio contenido y de colaborar para VivirLatino.com, Ortiz señala que actualmente "hace falta un análisis crítico de temas sociales. Y, cuando éste se da, los corporativos noticiosos los filtran y no se realiza la labor necesaria para alcanzar al público que requiere esta información".

El punto en que los entrevistados coinciden es que, de una manera u otra, estos medios alternativos complementan y ayudan a los sistemas noticiosos a darse cuenta que el público está opinando, lo que a final de cuentas pudiera propiciar una sociedad mejor informada.

03 May 2007

No la chingues, Lourdes

Apenas escuchaban ruidos y pensaban que alguien ya había dado con ellos. Tras cuatro noches de estarse escondiendo en la sierra él sentía que sus pies quemaban y no andarían un paso más, pero ella insistía en que aún podían perderlos.
"No... No nos van a dejar ir", le dijo.
"¿Quieres que nos entreguemos, entonces?" ella le gruñó.
Se encogió de hombros y siguió sobándose los pies pensando en que era imposible que los Salvárcar les perdieran el rastro, menos con lo que atraparlos significaba para ellos. A los Salvárcar les estaban pagando dinero pesado y tenían fama de siempre cobrar y recibir un extra por su dedicación al oficio de balacear gente. Por eso él pensaba que ya no tenía caso seguir, pero le daba gusto hacerse a la idea de que al menos los Salvárcar se estaban cansando al perseguirlos. Ella no hacía más que mirar a la luna sentada a la orilla de esa depresión que los ocultaba en el llano, inconveniente sólo si se pensaba que él y ella no verían si alguien se acercaba a buscarlos ahí abajo.
"Lourdes, te toca dormir, ¿no?" le preguntó.
"Si, pero no tengo sueño. Duérmete tú", contestó sin dejar de mirar al cielo. "Quiero verla ahora que está en menguante... Apenas da luz".
Él tampoco quería dormir. Además la sobada de pies lo tranquilizaba por momentos solamente. Tan pronto cesaba el masaje reaparecía la sensación de brasas quemando hasta las pantorrillas y así era difícil dormir o siquiera descansar. Sólo se recostó en la tierra y comenzó a pensar en nada.
"¿Crees que se haya encabronado el viejo?", ella le preguntó sin bajar la vista. "¿Qué harías tú si volaran tu carretera de millones de dólares?", contestó. "Al cabrón le metieron harto billete para que les pusiera una carretera para mover toda la coca y no contaba con que íbamos a volarle el pedazo ese con todo y pinche puente".
Ella rió levemente y después volteó a verlo. "¿Cómo se te ocurrió ponerle la bomba al tractor?"
"No sé... sólo pensé que lo iban a dejar pasar sin revisarlo y mira...", le dijo y se sonrió con ella. Se quedaron en silencio viéndose como a punto de confesarse algo bien íntimo. Pero ninguno se animó. Él se recostó frotándose los muslos, pensando en lo que habían sido los últimos cuatro días a lado de Lourdes, la de ojos negros y voz suave; la que se había ofrecido a guiarlo en su fuga a través de la sierra, escape que, al verlo detenidamente, pensó, parecía ir sólo dando vueltas bajo ese cielo estrellado y negro que los había ocultado de los Salvárcar las últimas cuatro jornadas. Pensó en lo que esperaba en casa, en llevar a Lourdes a tomar cerveza y después hablar por horas bajo una noche como esta en la que no huirían pero estarían juntos hablándose de la escabullida, de alguna película, de su dolor en los pies y de lo que ella pensaba cada vez que sólo se le quedaba viendo y parecía que le iba a decir algo pero se lo callaba todo, justo como pasaba en ese momento en el que los dos callaban y miraban al cielo para no verse directamente al cuerpo.

Se distrajeron al creer escuchar el aullido de un coyote, pero los gritos confirmaron que los Salvárcar andaban cerca, casi encima de ellos. Ella lo miró con los ojos reventando de miedo, de pesar. Él se enfrió en sus huesos pero al verla supo que sólo él podía decir lo que se iba a hacer. "Espérame aquí; voy a ver qué tan cerca andan", le dijo. "No, no me dejes aquí..." suplicó ella cuando él ya iba subiendo por las piedras y la arena. Llegó arriba y vio que todo era la oscuridad de la noche. El viento pasó bañándolo de polvo y acercando el sonido de las voces y el aullido de los perros. Se limpió los ojos y vio un fulgor alzándose a la distancia. Volteó a decirle que estaban demasiado cerca, sobre ellos. "Vamos a movernos de aquí que ahí vienen ya", dijo en un suspiro forzado, evitando que un grito los delatara con las luces que ya se acercaban. Y los perros ladrándole a la luna. Y él bajando lo más rápida y lo más cuidadosamente que se podía. "Ahí vienen... Vente, vámonos por acá...", dijo en un susurro apresurado mientras se deslizaba entre piedras y un poco de arena. Llegó abajo y pensó que aún no había descendido lo suficiente porque repitió su orden en una voz casi normal y nadie le respondía. Caminó en círculos torpes, buscando sin saber qué encontrar pero esperando que ella estuviera ahí. Quiso ver a la luna pero se la habían tragado las nubes. No le quemaban ya los pies. Se supo abandonado gracias a las luces de los Salvárcar que abrieron fuego al verlo parado solo al fondo de esa depresión.

02 May 2007

Maestros en la lucha

Ciudad Juárez--Más de mil maestros protestaron ayer la reforma a la ley del ISSTE, bloqueando Avenida Juárez a la altura del acceso del puente internacional que comunica a esta ciudad chihuahuense con El Paso, Texas.
Los docentes gritaban consignas y cargaban pancartas en contra de Elba Esther Gordillo, líder moral del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, y del Felipe Calderón, presidente de México.
"Esta reforma transgrede los derechos laborales que por ley nos corresponden", dijo Juan Varela, maestro y vocal de los manifestantes que ayer se plantaron por más de tres horas frente al acceso al puente internacional.
"Los congresistas aprobaron esto de manera tramposa y altanera, dejando de lado a la clase trabajadora que apenas sobrevive con lo que gana", agregó Varela.
Esta manifestación se unió a las demás movilizaciones que se dieron a nivel nacional en reclamo a los cambios que, entre otras cosas, afectan el sistema de pensiones del magisterio,
Calles y avenidas aledañas a la zona de la protesta se vieron congestionadas ante la imposibilidad de que vehículos accesaran al cruce internacional.
Elementos de las policías federal y municipal observaban las acciones de los manifestantes, sin que se dieran enfretamientos entre ellos y los profesores.
"Nosotros como autoridad solamente vigilamos que no se presenten incidentes y resgurdamos la seguridad de las personas ", dijo Navil Buchaín Glaván, inspector general de la Policía Federal Preventiva en esta localidad.
Aunque el inspector no quiso informar el número de agentes laborando en la protesta, si desestimó que los manifestantes reunidos sumaran más de 700 inconformes.
Pero este cálculo oficial se podía desmentir a simple vista, ya que el aglutinamiento de personas ocupaba por lo menos seis cuadras de la avenida.
Ante la posible inconformidad y críticas que estos movimientos pudieran generar entre padres de familia y sociedad en general, algunos de los manifestantes reunidos aseguraron que la gente los apoya por que su causa es "justa".
"Las padres de familia están de acuerdo con nuestros reclamos," dijo la maestra de pre-escolar Ileana Porras, de 45 años.
Y esto porque, según dijo, "esto (la reforma) roba nuestras garantías laborales y si no lo arreglan seguiremos en la lucha".
Autoridades norteamericanas cerraron el puente internacional Paso del Norte y movilizaron a un gran número de agentes federales y de la policía de El Paso, quienes sólo permanecieron en la cima del puente como expectadores a la distancia de la inconformidad al sur de su frontera.
Justo al medio día los docentes se retiraron en calma, mientras por los altavoces se pedía calma y no hacer caso a las posibles provocaciones para no "manchar" la protesta.

25 April 2007

El tiempo se mide a respiradas

El tiempo se respira Las pilas se acabaron hace ya varias horas, o quizás fueron ya días; ya no sé. He pasado mucho entre esta oscuridad que me enterró justo en mi trabajo. Sobre nosotros cayó la tienda con todo y la bodega de arriba. El piso y los anaqueles empezaron a moverse y de pronto sólo sentí que el techo, los zapatos, el trabajo se me venían encima. No advertí nada: mis audífonos sonaban a todo volumen una canción de The Smiths pero pronto también se callaron debajo de todo el escombro. Me quedé con ellos, con los audífonos, en la mano derecha. Pero no los sentí, no los sabía, no me acordaba. El golpe macizo me atarantó. Y luego abrí los ojos a este encierro sin saber dónde estaba: fue temblor o fue bomba. Nada me queda claro porque a mí sólo me tocó estar debajo de todo esto pensando que pronto me van a sacar de aquí. Fueron las voces llenas de llantos y súplicas las que me hicieron recordar a mis audífonos. Comencé a escucharlas poco después de que todo pasara; aunque aquí abajo el tiempo ni se siente o si se siente es de otra manera que no se mide con reloj ni con calendario. Es como el espacio. Y esas voces eran como sus estrellas que se iban prendiendo a la derecha y a la izquierda y arriba y abajo, aunque también eso de colocarlas resulta un espejismo. Ni yo sé dónde estoy. Pero así las escucha uno, como uno ve las estrellas en el cielo: ahí están, pero nadie sabe bien en dónde. Se quejaban todas--pedían auxilio y gritaban por sus piernas, por sus hijos, por sus manos. Y yo las escuchaba y les decía que se calmaran. Que pronto iba a venir alguien a sacarnos de estas piedras, les decía. Pero ellas siguieron en lo suyo y yo nomás pude apretar el botón de mis audífonos con el pulgar y escuchar a The Smiths para que las alejara de los oídos por un buen rato: hasta que se acabaron las pilas. Todavía se escuchaban algunas voces cuando me quedé sin música. Creo que eran tres cuando comenzó a escucharse un crujido como de madera. El ruido primero fue lento, casi audible, y luego ya las voces gritaron y lloraron por última vez al sentirse una sacudida. Seguro que algo se venía más abajo. A mi cara llegó un viento frío y a mi boca se metió el polvo del último grito que apenas alcanzó a decir "ay". Nunca escuché tan vivo al silencio. Escalando en volumen, una voz se presentaba en algún lado repetiendo en mantra que esto era un sueño y que no lo debíamos de creer mientras yo, callado, a veces la escuchaba cerca de mi oído o a veces la escuchaba allá ahogándose a lo lejos pero siempre con el mismo sonsonete hipnótico que de pronto me hizo sentir que yo ya no tenía piernas. Cuando uno no sabe qué fue lo que pasó ni lo que está pasando el dolor que se siente nada más confirma al espíritu presente pero no garantiza que el cuerpo esté aún completo. Cuando me quiero mover siento mis brazos, que apenas se estiran, tocar el muro gélido de esta bóveda que se desmorona conmigo adentro. Y la voz de esa mujer no se calla, aunque no sé cómo es que se acerca y se va de mí sin que yo la sienta; sin que me diga que pronto van a venir a sacarnos. Que me calme ahora que sólo quedamos ella y yo. Porque si esto es un sueño ya me quiero despertar para asegurarme de que mis piernas están en donde ahora mis manos tocan un bloque frío de hormigón que se siente lejos, pero no en la distancia. Es como si me estuviera hundiendo, saliéndome de mí mismo como el sudor manando por mis poros abiertos. Voy a ser piel, sangre y huesos licuados y revueltos con estas piedras que nos cayeron encima. Y la voz se escucha tan lejos que ya no la siento. Pronto vendrán a sacarnos, le quiero decir. Pero no va a escucharme porque ya está muy lejos, apagándose como todas las demás. Y ese crujir que se aparece callándola y silenciándome en espera de que yo no sea el próximo. Porque a estas alturas ya estoy seguro que no hay nada más que hacer que acordarse de una canción de The Smiths y cantarla aunque me pese el pecho y me arda el vacío que siento debajo de esta roca que me reclamó sin que yo pudiera hacer algo. Era un par de zapatos Hush Puppies cafés del número 10. Vine por ellos cuando la empleada nueva me los pidió de la bodega. Ella llevaba aquí una semana, aunque ahorita ya no sé cuánto tiempo pasó desde que se nos vino abajo todo esto. Luego ya no la escuché decirme nada. No estaba en todas esas voces que lloraban. ¿Qué pude haber hecho de todos modos? Yo venía con el par de zapatos que me pidió y acabé con una loza helada de hormigón moliéndome las piernas, el vacío llenándome los pulmones, inventándome un dios en la voz que me decía que todo esto era un sueño; pero ella acabó de ser antes que yo pudiera rezarle algo, crearme la fe de que pronto iban a sacarnos de todo esto. Y ahora empieza a crujir encima de mí, la tierra espolvoreándome la boca, los ojos, el miedo. Escucho golpes y rugir de máquinas. Quisiera gritarles que vinieran a sacarme pero mi voz se apaga mientras mi cuerpo se atraganta con toda esta piedra.

05 April 2007

La Gota Gorda

“Entonces preguntó quién quería decir su tarea; y nomás El Pin levantó la mano.” “El Pin… ¡ah, ya ni me acordaba de ese güey!… ¿Y qué dijo?” “Pues comenzó con que ‘en el atletismo, profesor, las diferentes pruebas de relevos son: el relevo 4x100, 4x400, 4x800 y los relevos australianos’”. Mientras los dos hombres estallaban en una risa que sonaba por toda la calle, la sombra de las 11 de la mañana en la esquina de Escobedo y Río Bravo se derretía en la luz del sol de junio que quema cada año el desierto en el que se encuentra la ciudad. “¿A poco dijo eso el muy animal?” “Te digo, ese se aventaba cada estupidez que a veces no dabas crédito, me cae”. “¿Y qué fue de él?” “No sé. Me acuerdo que se salió de la secundaria pa’ irse a Topika a trabajar en la carne, ya te la sabes, carnal”. “¿ En las empacadoras que están allá, o qué?” “No, no. Se hizo padrote de su prima Rocío y una de sus amigas. Los tres se fueron p’allá”. “¡Cómo eres cabrón, güey!”, dijo y chisgueteó algo quiso ser una risotada. “No, no te creas. Creo que si se fue a uno de esos mataderos. Dicen que pagan bien por ese jale”. “Pues eso no sé, camarada, porque también dicen que’s mucha chinga y pues uno acaba gastando los dólares que le pagan. Pero lo que sí sé es que ya se nos vino encima el sol y el calor está canijo”. “Si, mejor le gano por una soda”. “¿Qué, ya no pisteas?” “No, el doctor me dijo que ya le parara”. “¡Uy, pues a ver cómo le haces! Apenas comienza el calor”. “Ya ni me digas. Mejor me voy antes de que caliente más”. Se despidió apretándole la mano a su amigo. Caminó por la calle asoleada. Lo vieron pasar frente a la peluquería; siguió caminando y miró hacia dentro de la casa de empeño buscando a la valuadora que recibe a los piadosos, pero sólo se topo con la mirada modorra del policía parado detrás del cristal de la puerta; se pasó la mano por un costado de la cara; frotó su frente: Secó el sudor que ya corría por su cuello, bajaba por su espalda y hacía que se le pegara la camiseta al cuerpo cuando apenas había caminado unos metros. Buscó una sombra al otro lado de la calle, pero el sol y su calor ya pegaban en todos lados y lo único de sombra se daba debajo de los coches estacionados. “Ni modo de arrastrarme”, se dijo. “¿Tiene sodas bien frías?” “Nomás manzanas, la coca acaba de llegar”. “Tsss… Yo quería… no ps… ps deme una manzana. ¿Y si está bien fría?” “Sí, sí... tán heladas. ¿Algo más aparte’e la manzana, oiga?” “Este…” “Don Javier, buenos días. ¿Tiene lonches?”, dijo la voz de mujer que entraba a la tienda. Volteó buscando a la que hablaba. Era la chica de la casa de empeño. Con la mano se secó el sudor de la cara y el cuello cuando la vio paradita ahí en la puerta. “Mira nomás”, pensó. Se hizo a un lado para darle lugar frente al mostrador. La miró casi con miedo. Respiró profundo y lento, sin querer que su nariz chueca silbara como cada vez que se ponía nervioso. Ella no volteó a verlo. “Si, si tengo. Los acabamos de hacer”, le respondió, para luego voltear a ver al hombre que ya sudaba a chorros. “¿Entonces nomás le doy una manzana? ¿No quiere una servilleta también para que se limpie el sudor?” “Este… sí… también, gracias”, dijo y se hizo como que estaba viendo las bolsas de fritangas y los tubos de galletas asegurados a una rejilla que colgaba de la pared a manera de anaquel para la mercancía. Tomó una de las bolsas y el crujido del plástico hizo que ella volteara a verlo finalmente. Fijó su vista en la camiseta sudada que se pegaba al cuerpo de aquel hombre y pensó que hasta podía oler lo amargo de su transpiración. “Éste cómo suda”, pensó ella. “Aquí está su manzana; bien fría”, dijo don Javier. “Ahora si, ¿cuántos lonches le vo’a dar, señorita?” “Dos... por favor”, dijo sin quitarle la mirada de encima al hombre que tomaba su bebida del mostrador y juntaba las monedas dentro del bolsillo de su pantalón. “Oiga, pero no me vaya dar unos que estén viejos porque con el calor ya se hicieron malos”. “¿Cuánto va a ser de la soda?” interrumpió el hombre. “Espérese”, lo cortó seco don Javier. “¿Los quiere con chile, señorita?” La chica de la casa de empeño salió de la tienda. Llevaba dos sandwiches de jamón con queso y en una bolsita tres chiles curtidos que don Javier le quiso regalar pero que ella, al final, luego de no ceder al embate, había pagado. “Se los dejo a peso cada uno; nomás porque usté no me deja ser atento”, dijo el tendero. “Hasta me da vergüenza cobrarle esos chiles”. Pero la mujer no dijo nada. Pagó y se fue. Salió a la calle y a ese sol de junio que quemaba y que hacía que al hombre aquel se le pegara la camisa empapada de sudor al cuerpo y que dibujaba en sus brillos y sus sombras las caderas amplias y redondas de la chica de la casa de empeño que caminaba hacia su trabajo y mientras caminaba con sus “lonches” de jamón y sus chiles de a peso cada uno por la calle, allá, afuera, don Javier pensaba adentro de su tienda lo “rica que se miraba esta muchacha en esos pantalones pegaditos”. Y se lo dijo a aquel hombre que sudaba a chorros y se empinaba la botella de su soda. Era como si su cuerpo se exprimiera solo. Se terminó su manzana. El último trago que le dio fue el más grande: quería apurarse para verla caminar antes de que se metiera a la casa de empeño. ¿Adónde? ¡Págueme la soda!” le grito don Javier. “Ahí le puse la feria... junto a la cosa esa de las paletitas...” “Aquí no hay nada”. “¡Cómo que nada! Ahí lo puse...” “Mire, no se quiera pasar de vivo...” “¡Me cae que ahí se lo puse!” dijo y se acercó al mostrador. “A lo mejor se cayó o algo”. “Mire, ahí hay una moneda de a peso”, dijo don Javier y señaló para la puerta. El hombre seguía sudando. Sentía más calor ahora. Su nariz comenzó a silbar: Shiiiii... Shiiiii. Seguro la chica de la casa de empeño las tiró sin darse cuenta, pensó. “A lo mejor la muchacha esta las tiró sin fijarse”, dijo don Javier. “Está buena la chingá’a, ¿qué no?” Se agachó a recoger las monedas. Tomó una por una mientras al suelo caían gotas-casi-chorros de sudor. Desde donde estaba, el señor de la tienda miraba el trasero de aquel hombre sudoriento que recogía monedas y le empapaba el piso. El hombre terminó de recoger las monedas y las puso en el mostrador. “Oiga, no me dio la servilleta”, le dijo al tendero, que sacó dos servilletas del estante de los chicles a su derecha. Estaba saliendo de la tienda y volteó a buscar a la mujer que le gustaba, seguro de que ya no la vería. El sol de algunos minutos después del medio día lo lampareó por completo. Se detuvo en la puerta queriendo acostumbrar su mirada a la luz. Su cuerpo seguía chorreando. “¡Qué calor hace!” dijo la mujer cuando regresó a la casa de empeño. El policía sólo la miró. Callado cerró la puerta que la mujer dejó abierta. Callado se guardó la invitación que le quería hacer para ir al cine y que callado se la había aguantado por ya casi tres meses. “Al rato le tiro el sable”, pensó, y se quedó callado y volvió a pararse frente al vidrio de la puerta, su reflejo sublimado con la calle y su sol que calcinaba allá afuera. Un hombre entró a la casa de empeño. Él se quitó para dejarlo pasar. Lo escuchó preguntar por “esas arracadas” y decir “mire, esa esclava tiene mi nombre; es de oro, ¿verdad?” “Si”, dijo ella. “¿La quiere ver?” “Sí, por favor”, contestó. “Y pásame también todo lo que está en ese estante, y no te pongas pendeja porque aquí te carga la chingada, nalgoncita”. Volteó. Y apenas lo vio la .38 especial, bala certera, le dio en un brazo, luego en una pierna, luego le atravesó la mano y le entró en el pecho. No sintió cuando cayó. Estaba ya en el piso. Ella gritaba. Él la miró sin entender, sin acordarse. La puerta se cerraba, él escuchó que se cerraba. Luego ya no supo lo que estaba escuchando. Se despegó la camisa del cuerpo, la sacudió un poco y hasta quiso exprimirla. Ya sus ojos se habían acostumbrado a la luz. “Nos vemos”, le dijo a don Javier, y caminó por donde había llegado, queriendo pasar por la casa de empeño para ver a la muchacha aunque fuera de lejos. Escuchó tres tronidos profundos y luego los gritos allá, no lejos, pero si como encerrados dentro de una caja de cristal. Se abrió la puerta de la casa de empeño y él se paró en seco cuando vio salir a un hombre caminando tranquilo con una pistola en la mano derecha, una mochila cargada de cosas en la espalda y una bolsita de plástico con un sándwich de jamón con queso y unos chiles curtidos en la mano izquierda. No había para dónde hacerse. Su nariz silbaba y se apuraba en una respiración sincronizada con retumbar del hueco que sentía justo donde comienza el pecho. La ropa le pesaba por todo lo sudado; no paraba de chorrear. El hombre armado caminó hacia él sin perderlo vista y el otro se quedó quieto. “Y a usted, ¿quién lo mojó?”, preguntó el armado cuando al tuvo al sudoroso a unos tres o cuatro pasos. “Eh... ps... yo sudo mucho”, contestó y se pegó a la pared. “No, no. Ahí quédese donde estaba”, dijo sonriendo, mientras se guardaba la pistola debajo de la camisa, fajándosela entre el pantalón y su piel. “Yo creo que usted me puede resolver una duda que tengo”. Se dio cuenta que ahora también las manos le sudaban. Eso nunca le había pasado. El silbido de su nariz era corto y acelerado. “¿Cuál duda?” preguntó queriendo no preguntar nada. Queriendo correr y queriendo no haber a comprar su soda porque el doctor no sólo le había dicho que dejara el alcohol sino también “las gaseosas”. Le dio risa cuando se lo dijo así. Le dio risa ir a la tienda y pedir “una gaseosa, por favor”, y sólo sentía como sus manos se amarraban en puños y las uñas de una semana sin cortar se encajaban en esas esponjas que soltaban el ’ultimo sudor que le quedaba. “¿Usté sabe cuáles son las competencias de relevos en el atletismo? Seguro que se acuerda de algo”, le dijo y volvió a sonreír. El alarido de una patrulla se acercaba cada vez más. Estaba a dos cuadras y luego a una y luego se siguió de largo porque aquí las patrullas están para no encontrar a nadie. Por eso él, muy tranquilo, volvió a preguntar. “¿Me ayuda a saber o qué?” “Lo...los relevos... ¿australianos?” La risa que estalló en él lo dobló para atrás y para delante. La pistola se le marcaba debajo de la ropa. Y el sudoroso lo miró pasmado, sin saber si reír o correr o volver a contestar la pregunta. El otro sacó la pistola cuando pudo contener su alharaca. “Mire”, le dijo, “si ve a alguien de los de la secundaria, dígales que El Pin los mandó saludar. Y ahora nomás deje le pongo un cachazo para que no lo crean sospechoso”. El Pin dobló la esquina y dejó atrás al sudoroso que se recargaba contra la pared, su camisa pegada al cuerpo de húmeda recibiendo las primeras gotas de sangre que le salían de la herida en la cabeza.

21 March 2007

Escrito sin título y publicado un día de hace unos cuatro años en una revista chilanga

Domingo de Ciudad de México. Cayendo sobre calles, casas y árboles, el sol se brinda en las postrimerías de la tarde. Es 1984 (¿coincidencia forzada? Sólo para los iniciados). Llevo cuatro años de vida, pero ya hago uso de alguna conciencia escueta y memoria vaga. Aunque ya hubo alguien que me dijo que los recuerdos de la infancia son sólo imágenes que fuerzan los padres en nosotros o aglomerados de diferentes experiencias repetidas. Pero ahí no estaban mis padres.

Era la Colonia Pensil, calle Lago Gran Oso, en dónde mi primo, Alejandro, recién termina de lavar su Valiant ’79 rojo con blanco. “Dancing with myself/ I’ma dancinin’ with myself”, nos decía el Billy Idol que cantaba en Rock 101 y Alejandro pasaba el trapo sobre el cofre del auto como Karate Kid encerándole y puliéndole las naves y el piso al señor Miyagi. Yo lo miro y pienso que algún día estaría chido ser como él: puro rocanrol y lo bastante suave para dejar a sus primitos cotorrearla con él. A mi lado está Edgar, mi carnal, vestido con una playerita de los vaqueros de Dallas y un Levi’s de mezclilla azul. Se divierte jugando con sus manos, sin saber que hay más vida por vivir, libros por leer, que un día se va a ir de la casa y otro día iba a ser doctor, y otro el “Cuatro Caminos” para sus compañeros de celda.

Cuando el “Spanky” termina de pasarle la franela a la nave, nos mira sonriendo perverso y brillante. “Trépense”, Alex dice. “Vamos a darnos un volteón con la banda”. Mi carnal y yo respondemos de volada con todas las ganas de explorar ese “no te juntes con tu primo” que siempre repetía mamá. La máquina se enciende, se abre la puerta y salimos tendidos por todo Legaria hasta Tacuba, mientras AC/DC nos lleva derechito al infierno. Unos metros después nos incorporamos al Circuito Interior con rumbo a Clavería, en Azcapotzalco. Agarramos la salida a avenida Invierno donde nos clavamos a la lateral, para, unos metros después, dar la vuelta a la izquierda. Justo en la tercera cuadra, casi en la esquina, el “Spanky” detiene el auto y me dice que le grite bien fuerte al “Willy”. Pasa poco para que chiflido descienda hasta nosotros. “Ya estuvo,” dice el “Spanky”, metiendo la reversa para acomodar el carro. Volteo a ver mi hermano, está dormido y tirando baba en el asiento. Mi primo no hace mucho por despertarlo: lo saca del carro, lo carga con el brazo derecho, entra a la casa y sube con Édgar jetón.

En la azotea nos esperaba el “Willy”. “¿Qué paso, pinche Spanky? ¡Con que sonsacando a los monstruos del hogar, eh! Pinches chavitos van a ser bien alivianados”, dijo Willy, mientras entrábamos al cuarto de la azotea. En las paredes había recortes, posters y portadas de discos de Van Halen, Led Zepellin, Black Sabbath, Willie Chirino, Ruben Blades y algunas mamacitas de calendario de mecánicos. Yo jugaba a asomarme por las ventanas y Édgar despertaba sin saber dónde estaba. El humo comenzó a nublarlo todo. Creo que era mariguana, pero no sé.

Toda esa tarde de calma se iba coloreando y sazonando con lo mejor de la salsa tropical que tocaba el sonido de Amistad Caracas. El rock entró justo al caer la noche. Es domingo y hay que vivirlo. Yo no quiero despertar. Quiero quedarme ahí, entre las nubes de ruidos placenteros. Son deleites alivianados que me llevan más lejos de todo. Entro a un mundo de espirales psicodélicas y olores penetrantes. Soy enganchado por el poder de Judas Priest. No parecía haber mejor banda. No parecía haber mejor tiempo. Cierro los ojos y siento que un sudor corre por mi pequeño y agitado cuerpo. Siento que algo dentro de mí quiere salir. Golpe tras golpe mi pecho se siente reventar. El galopante corazón irradia su vital rocío a todo mi sistema. Estoy demasiado alterado. Mis venas se llenan y se vacían a cada paso del segundero. Los vapores que me envuelven se tornan intensos y no permiten que me suelte. Y quiero seguir. No sé a donde voy. Recorro un limbo en donde suenan, a la distancia, rolas de U2, Depeche Mode, The Cure, David Bowie y la Maldita Vecindad. Brinco en el tiempo. Todo da vueltas en colores rojizos y en nublados tóxicos obscuros. Avanzo de manera vertiginosa; comienzo a irme de cada uno de mis sentidos. Soy el escupitajo de una saliva sabor chicle motita. Me rozan los rastros del tiempo que atrás dejé. No temo; quiero enfrentar a lo que venga. Estoy listo para cualquier cosa. Mis brazos de niño roncarolero serán las armas de mi defensa. Sé que está por llegar. La espiral me empaca. El tubo se hace más y más angosto. Sus paredes queman sin herir. Mi liviano andar se torna lento hasta que finalmente me detengo en lo más estrecho.

Volteo. Veo al silencio, y detrás de él una densa cantaleta se me deja venir con fuerza, “Capitán, fue por culpa de ese tonto capitán”, gemía Claudio Yarto y su pandilla de Caló. El golpe sólo es una luz que introduce al “Ice, ice, baby” de Vanilla Ice. Cuando todo eso que también me formó ha desaparecido, comienzo a pensar que no habrá nada más. Pero, uno o tres instantes después... De algún lugar que no conocía comienza a acercarse un susurro que toma forma en un instante. Tom Verlaine hace sonar su guitarra y el grupo Television deja caer su Luna teatral sobre mis huesos. Cadillacs en panteones, en días y noches en que los truenos revientan contra ellos mismos. Un hombre que me habla del ser y del estar. “Sin sonreír, sin llorar,” me dice con la voz de vos.


No habrá más besos de la muerte, y jamás desearé esos abrazos de la vida. Todo pasa en paquetes de soles que vagan por la noche y que chocan, uno a uno, contra mi frente que suda toda mi infancia. El resplandor de todo ese sueño me apabulla, me rompe, me rasga, me quiebra, me forma en otro barro, en miles de maíces. De pronto, de pronto nada. Vuelvo a salir y lo veo todo. Es de noche cuando despierto en la calidez del verano Juarocho. Han sido un par de años desde que me salí de mi rincón en Naucalpan. Nada será igual que antes. Alejandro es una abogado penalista en el DF. Mi hermano estudia medicina y juega con el tiempo. Todo lo veo desde la cara que nunca me dijeron que visitaría. El cielo comienza a deslavarse y es tiempo de abrir los ojos. Me levanto con una extraña energía que pensaba haber dejado atrás. Mientras me incorporo del frío mosaico del piso, me doy cuenta de que una vez más se le hizo tarde a mi alarma. Sus números rojos dicen que son las seis de la mañana menos dos minutos. Y ya nada es igual. Son un par de pasos los que doy hacía la silla que uso para abultar la ropa sucia y otros trapos. El despertador comienza a sonar mientras me dirijo a la puerta del cuarto. Son las 6 de la madrugada. Eso es una vil mentira. Mi madre me enseñó a adelantar la hora en esos aparatos por lo menos 30 minutos, por eso de las sorpresas catastróficas (Colisiones de aviones en edificios o golpes de estado patrocinados por la CIA). Pasa el par de minutos que complacen a mi instintivo engaño y es 95.5, KLAQ, una estación de rock local, la que suena a todo volumen. Dan los buenos y americanos días y se van a canción, es Judas Priest quien rompe toda ley y me provoca una mordaz sonrisa. Tomo mi toalla, apago la radio y me dirijo a la regadera. Tengo mucho que escribir, y mucho más que leer.


Hasta el momento de terminar esta alucinación me encontraba en un estado muy raro. Hay días en los que me siento vacío. Casi puedo ver lo rojo de los músculos y la sangre contrastando con el blanco de los huesos. Todo tiene un resplandor especial, pero no hay nada que lo llene y le dé vida. Es como verse muerto desde adentro. Es muy feo sentirse así. Tengo la incertidumbre de estar dando el último paso a cada instante. Pero todo pasa con la medicina de la vida. Unos se curan y otros dicen ya no más. Y mientras sigo en esto me pongo a escuchar unas buenas rolitas. He tenido mis dosis de Genesis, Rush y Can. Pero de eso poco puedo hablar. De vez en cuando me quedo en el primer minuto, perdido. Los 19 minutos restantes me quedan para aterrizar sin daños “aparentes”. Cuando se me pasa el viaje ese me gusta digerir algo más mundano. UNKLE me puede entretener mucho últimamente, en especial “Lonely Soul”. El viaje es sencillo y directo. Sueños para ambos, tú y tú, tomados de la mano, volando sobre la muerte, caminando la vida. Y así nos alejamos todos, sin secretos ni fórmulas de nombres inventados. No he encontrado nada nuevo que me provoque. Radiohead me atrapa siempre con cualquiera de sus discos, menos el Pablo Honey. No es que no me guste. No lo tengo. Le he dejado de dar vueltas al Hail to the Thief. Siempre pasa lo mismo. Creo que decido darle un descanso a las cosas para después encontrarles el verdadero saber que cargan. Es como si lo extrañara.

14 March 2007

Bailando puras rancheras

Creo que ya le agarré el patín a esta. Me dijo que la esperara y ya sé que va a llegar tarde. Qué digo tarde. !Tardísimo! Y yo con el hambre que traigo. Además tengo que volver al trabajo. Ya me dijo el patrón que coma más rápido o que si no al rato no voy a tener ni pa´ comer. Pero cómo me gusta esta potranca: grandota, güera, bronca, y se ve que sabe amar como muy pocas. Nomás por eso la espero y no por otra cosa. Porque ya sé que lo quiere es que nos casemos. Pero yo de pendejo caigo en esa. Si me quiere, nomás así me tiene. Además yo ya le prometí a Zujaira que me iba a casar con ella. Y ni modo de echarme p’atrás. No es de hombres eso. Esta potranca está buena para tener otra opción. Los ricos se van a pasear a lugares lejos de donde viven. Yo no soy rico y está cabrón que lo sea. Por eso la espero. Cuando me harte la Zujaira me voy derechito con esta potranca y me doy la vuelta por sus piernotas, ¡macizas que están! Y si ya llegué a las piernotas, pues seguro que es porque ya vengo de más lejos. ¡Ah, cómo me gusta esta potrancota! Si lo supe desde que la vi bailar en el Rodeo de Noche. Se tomaba la tejana y movía las caderas (¡qué caderas!) que daba miedo. Y se me quedaba viendo y yo a ella. Ya sabía que yo que si jalaba. Y jaló. Pero no quiere soltar todo. Por eso la estoy esperando; porque yo sé que nomás que sepa quién soy ya no se me va. Y no la suelto. Pero así a la distancia. Quieta. Que no me de mucha lata y que esté ahí pa’ cuando se necesite... Nomás. Así que ahorita le cuento los minutos para después yo cobrarle. Pinche güerota, nomás porque me gustas un chingo...

02 February 2007

Ahí andamos llegando...

Decimos muchas cosas de la muerte, mientras ella sólo nos repite el mismo discurso todos los días. Uno a veces pausado y a veces abrupto, que nos roba a de un solo golpe. Discurso que no entendemos y que de nada nos sirve aceptar o rechazar. Al final, la muerte, y ninguna otra cosa más, nos carga, nos seca, nos guarda dentro de su bolso y deja de acordarse de nosotros. Sigue caminando aunque nosotros pataleemos, gritemos o chillemos implorando por media hora más para echarnos unos últimos tacos o acostarnos con ese amor que dejamos atrás. Viéndolo bien, es probable que no sea la muerte la que nos molesta sino la incertidumbre. Poco sabemos de cierto sobre todo lo que decimos de ella. Lo único cierto es que no volvemos y por eso la calificamos: Es una muerte puta; es una muerte bárbara; es una muerte trágica; es una muerte voluntaria; es una muerte nunca a tiempo; es una muerte piadosa; es una muerte exquisita de domingo en la mañana cuando el cuerpo y todo lo que carga adentro sigue dormido y ella nomás se acerca a tu miocardio, a tu aneurisma, a tu vejez siempre prematura para decirte fulminante, “no te levantes, honey”. Es una muerte densa, rancia, perfumada, inquieta, otoñal, silente, cazadora. Es una muerte de colisión a exceso de velocidad sobre una calle en la que apenas cabe el auto en el que tú venías pisando el fierro hasta el fondo y aguantándote las ganas de vaciar la vejiga antes de salir disparado atravesando el parabrisas y aterrizando sobre el camino aún ebrio, aún con sueño, aún con esas pinches ganas de ir a mear todo lo que te mamaste con tus compas en el bar que acostumbrabas hasta esa noche. Tu sangre, tus huesos hechos pomada y los últimos respiros que puedes dar se mezclan con la orina que sale ya sin ninguna restricción, humedeciendo tus ropas y tu piel que ya poco puede sentir. Y te mueres batido en tus meados sanguinolentos y alcoholizados. A lo mejor estás más prendido mirando pasar frente a ti esos “instantes maravillosos” de tu vida igual a la de los demás antes de secarte en la muerte. Es una muerte que toma café y fuma sin filtro. Es una muerte que va al gimnasio para no morirse. Es una muerte de llamadas de larga distancia. Número ocupado. Es una muerte barata, pero nunca en oferta como la pendeja y buena para nada de la vida. La muerte no avisa pero siempre dice que ahí está. Muerte ladrona; muerte dolosa, alevosa, odiosa y rijosa. Una muerte indecente. Una muerte desatendida. Nosotros hablamos y hablamos. No queremos hacerle caso. A veces nos tamborilea en la oreja, nos aprieta el pecho, se come nuestra sangre o vomita en nuestros sesos. La muerte ni escribe ni canta; Es marchante; es la “pásele, güera ¿qué va llevar?” en el mercado y nosotros somos la manzana que completa el kilo. Y por eso agarra a quien sea para echarlo a su mandado. Pero es la falta de práctica en eso de morirse lo que nos blinda de cualquier aviso. Debería ser obligatorio morirse por lo menos dos veces para que así sepamos lo que se siente y se lo contemos a nuestros amigos. Por ahí hay quienes dicen haber estado muerto. Que vieron luz; que vieron familia, que vieron su vida. Si hay muchos que no la vemos pasar, creo que sería más difícil que la viéramos irse. Aunque quizás tenga algo de cierto, porque cuando llega la muerte se nos va la vida y su recuerdo.

Pisando

Estaba una paloma encima de la otra. Yo las miraba desde atrás de la ventana y ellas seguían en lo suyo. Abrí un poco la persiana y ellas giraron como queriendo evadirme; sólo estaban danzando en su instinto.

27 January 2007

JaJa los Lugares Comunes


Me río de mí mismo porque me veo sentado en la barra de algún bar, sobre un banco alto, alto, apoyado en la madera escribiendo, o queriendo escribir, en la libreta que siempre cargo, y con la pluma que nunca olvido, algún verso sagaz e interesante que despierte a las masas adormecidas por el sistema y que traiga a la gente de vuelta a este mundo de los sentimientos que dejamos de lado por lo material y práctico que a la postre siempre resulta en la perdición de todos nosotros y deja un mundo hueco y frío en donde las reglas jamás pueden romperse ni se puede pensar de cualquier chispa de la imaginación, de esas que hacen que los boletos del fútbol y el ansia que se crea en los días que no hay juego, valgan lo que cuestan y aseguren el equilibrio de todas las cosas que habitan con nosotros este planeta. 

Me río porque pido un vino rosado para recordarla en su sabor y aroma cuando ella no sabía de vinos y usaba perfumes que apestaban a azúcar cocinada, olor que se va de mi mente luego que enciendo el cigarrillo para ahogar con su humo el dolor que ni el mismo cantinero pudo apaciguar con sus sabios consejos y ardientes brebajes en esta noche de hostales vacíos llenos de corazones solitarios en busca de esa verdad que nadie más entiende y que a veces abandona y otras veces abona por lo que se va a llevar cuando le toque partir para brillar en otros rostros con la misma crueldad fugaz con que lo hizo ante nostros. Si, de eso me río.

23 January 2007

On Hume's "Of the Standard of Taste"

Hume understands as taste that which characterizes a culture from the others. To him, what “departs widely from our own taste and apprehension” we call it barbaric, and he acknowledges that this feeling reciprocates on the other side as well. Hume argues that this creates two “right” sides clashing because of the generalities guiding them. And this happens not only among societies but also between individuals. To solve this struggle, the critics, philosophers or legislators, create a set of rules or, as he sees them, generalities that only restart the conflict because they try to limit the individual’s sensitivity. Nonetheless, Hume tells us that there’s, deep within, a universal and natural agreement among men that doesn’t really need the assistance of these laws. Strangely enough, Hume rants against Islam and call it a “wild and absurd performance,” when this religion takes from the Judeo-Christian tradition and in essence follows and worships the same Good. His writing keeps on turning more and more romantic when he assures that “all sentiments are right.” From this we can conclude that he’s claiming that the individual is above the mass just because he/she feels and puts reason apart. This common person is capable of grasping the GOOD, which differs in subject but not in meaning: what’s pretty is pretty only to you. Variety in taste is greater in reality than in appearance, he says. Some of us might think the speed limit unfair because we feel like driving 120 mph on the Border Highway. Not that I have done but I’m quite certain that it feels amazing to step on the gas while your engine explodes with every revolution. I meant to say that some like driving fast and other don’t even like driving. But Hume argues that the creators of generalities mean to label things, sentiments, and the relationship between these two. This doesn’t mean that they understand these relationships, but need to explain them somehow. As Dr. J told us, “thunder is angels pillow fighting.” He tries to show his point when he writes that Homer and Fenelon characterize a contrasting version of Ulysses. This seems to be problematic. We could certainly doubt that the latter author wanted just to mimic the classic Greek poet. All this concepts, or generalities, mean nothing to Hume; they’re empty to him because they could mean everything but what every single one of us really feels toward something. That these sentiments are right is explained only, according to Hume, by the different sensations an object provoke on different people. Your significant other may be pretty to you, but your mom thinks he/she’s a stinking good-for-nothing. Could we say that both are right? What if mom finds out just the opposite or you stop admiring his or her prettiness, I mean, loving him-her? He also argues that we cannot trust these laws because only in exceptional cases men concur in certain generalities that follow nature, a sort of random nature. And part of this hit and miss in nature translates in human behavior as the diverse tastes or sentiments. It’s through the experience of these sentiments how we get to The Good. Experience is the foundation of all understanding for Hume, and is the only vehicle to reach the capacity to discern. Analytical processes or putting “works reduced to geometrical truth and exactness, would create insipid and disagreeable.” For him the critic should be free of prejudice. But according to Hume, the critic is that one well-experienced individual capable not only of discerning what’s good from what’s not, but also the one that leaves behind the morals and acts according to its own passion, for that is what is true, claims Hume. In his take against philosophy, Hume says that “none of the rules of composition can be fixed apriori,” meaning that nature is unique and mysterious. His sentimentalism is so big that it takes him to assure that all the youth has warm passions, while older people start to analyze and “philosophize.” Thus we understand that old people are obsolete? That modernity and innovation is at the core of The Good? Just wondering.

20 January 2007

Dormido

Nos arrestaron por algún desacato al orden. No íbamos esposados. En ese mundo había códigos de honor y la tranza era muy mal vista. Así que Armando y yo sólo caminábamos hacia el centro de justicia que quedaba al otro lado del puente, en lo que un día fue la entrada a Estados Unidos, bajo la mera vigilancia de dos policías. Pero justo a la mitad del puente, cuando ya parecía que Armando y yo asimilábamos nuestro castigo, aparecieron Ramón y su novio y la novia de su novio. Ramón abrazaba a su novio desde atrás y caminaban con mucha sincronía para no pisarse en ese momento. Se reían y se comentaban cosas al oído. La chica a veces brincaba a su alrededor y reía más sonoramente que ellos. Cuando dejé de verlos para voltear a ver por dónde iba, choqué con un hombro de Armando. Estaba congelado frente a un gran estandarte de la virgen de Guadalupe. Tras él se venían aglutinando cientos o miles de personas, todas cantando, orando, y pidiendo algo al cielo. Ramón, su novio y la novia de su novio siguieron de largo. Cuando Ramón pasó junto a mí dijo simplemente, “ámonos, güey”, mientras él seguía de largo. Yo lo seguí y jalé a Armando que pronto se dio cuenta de que nos íbamos. Volteé y vi a los policías boquiabiertos y asombrados por la demostración de toda esa gente. Nosotros bajamos el puente, cruzamos sin ningún apuro y bajo ninguna sospecha y nos fuimos a una oficina que Ramón y su novio y a la novia de su novio tenían en la esquina de Segunda y Ochoa. Ramón se sentó y, mientras rolaba un carrujito, nos dijo, “ustedes no saben leer”. Armando se indignó. Yo quise contestar algo. Pero ahí se acabó este sueño.

18 January 2007

El Viejo y el Alumno

"La razón descansa en los brazos de la pasión", repitió en voz baja esa frase justo cuando le vino a la mente. Y le vino a la mente justo cuando el viejo al otro lado del salón abrió la boca. Le pareció estúpida, como siempre. Pero no pudo pensar en otra cosa mientras escuchaba al viejo hablar de la "sublimación del alma" a través de "las manifestaciones del arte".

"¿El alma? ¿Qué es el alma y para qué chingados sirve? ¿Sublimarla?" Él quería decir algo pero sólo pensaba en que "la razón descansa en los brazos de la pasión." Cada que quería juntar, no ideas, sino apenas palabras para mandar al viejo a la chingada, le venía esa frase a la mente. Y al parecer el maestro esperaba a que dijera algo, como si él mismo supiera que lo que el viejo decía fuera un completo disparate. Sin embargo el alumno quería evitarse el bochorno de decir "La razón descansa en los brazos de la pasión" en voz alta porque estaba más que seguro de que era una completa tonetería. La mera idea le daba asco.

"El motivo de todo arte", continuó el viejo, "es el de hacer que el alma trascienda; llevarla más allá de los planos intelectuales y mecánicos. Porque la mente es apenas una máquina y más allá de ella está el alma".

"¿O sea que este pendejo está diciendo que quien usa la razón para escribir no es más que un robot?" pensó el alumno. "Pero... la pasión descansa en los brazos de la razón... Ah, qué la chingada!" El alumno se encogió en su asiento. Buscó algo de sentido en esa frase, aunque le era imposible creer que la estuviera cavilando.

Primero pensó en una voz. Era una mujer. Decía su nombre. Le pedía que le hiciera el amor. "La razón descansa en los brazos de la pasión, querido". Era ridícula e insaciable. Lo llamaba por las noches cuando él ya estaba dormido. "¿Acaso le desperté?" preguntaba. "No, no; te estaba esperando", decía lleno de sarcasmo y enfado, pero ella al parecer lo tomaba como un avance más en ese romance que trabajaba ciegamente todos los días. Y él la aborrecía por todas sus cursilerías y porque desde el principio le dijo, y lo hizo solamente para presentarse como una mujer interesante, de eso él estaba segurísimo, que "la razón descansa en los brazos de la pasión".

Era estúpido. Pero... quizás, pero... Si, era estúpido, pero él había cedido a final de cuentas. Fueron una, dos, quince, muchas veces a lo largo de tres años las que se vieron para tener sexo. A ella le gustaban las rosas y las camas que rechinaban. A él le hacía falta alguien con quien acostarse. "La razón andaba muy solitaria", se dijo. "Estamos hablando de un medio por el cual nuestra alma trasciende, va más allá de los planos terrenos... mundanos... para entregarnos a esa luz cósmica que nos sublima como la única especie capaz de llegar a ese estado. Porque cualquier animal piensa, pero no cualquier animal hace arte..." Fue en el silencio que le siguió a esa declaración cuando el alumno miró al viejo detenidamente, como francotirador que ha fijado ya bien su blanco.

"La razón...", dijo, y el viejo lo miró sorprendido porque hasta ese entonces sólo él había hablado. "La razón no puede someterse a esos dogmas intangibles. ¿Me va a decir usted que uno vive para sublimarse y no para pensar? Hacer eso de la 'trascendecia del alma' es simplemente crear un nicho para clasistas intelectualoides que buscan una supremacía 'divina' originada de esos movimientos románticos que parten de afirmar que todo sentimiento es único y verdadero y que por ende la ciencia y la razón no son capaces de encasillarlos porque se encuentran en un nivel inferior a esta supuesta 'sublimación' a la que usted alude. De lo que usted habla, señor, es de alejarse de toda forma para darle un sentido 'espiritual' al arte cuando, déjeme decirle en caso de que no lo sepa, no hay peor blasfemia que crear santos cuando los que ya tenemos no sirven de nada. El alma podrá ser inmortal, pero eso depende de lo que uno hace aquí por los que estamos aquí y no por hablarle a alguien que definitivamente no está ahí para ninguno de nosotros".

El viejo tomó tranquilamente su sombrero y miró al joven brevemente, como si esa fuera su única respuesta.

"¿Alguien da otra opinión?", preguntó el maestro.

03 January 2007

Salaam

"Can you, then, consider it power at all when a man cannot ensure that someone does not inflict on him what he can inflict on others?" Boethius.

"FAUSTUS—Come on, Mephastophilis, what shall we do?

MEPHASTOPHILIS— Nay, I know not. We shall be curst with bell, book, and candle." Christopher Marlowe, Doctor Faustus

No terminaban aún las fiestas de fin de año, cuando el “autónomo sistema de justicia” iraquí le entregaba a George W. Bush un regalito para cerrar el 2006: la pronta ejecución del ex dictador Saddam Hussein un día antes de que culminara el calendario. Las posturas ante este sacrificio son diversas. Hay quienes lo toman como una venganza de los Bush luego de que Hussein se les saliera del guacal a principios de la década de los 90 e invadiera Kuwait, queriéndoles tumbar el negocio del petróleo. Otros, los más ciegos (por no decir estúpidos), ven en la muerte del iraquí el fin de un peligro, la desaparición de uno de los villanos amenazando la libertad y la felicidad, conceptos poco entendibles y que sólo se materializan en productos de consumo para quienes aseguran esto. Para otro sector, el ahorcamiento de Hussein ni siquiera se debió de dar; a final de cuentas las acusaciones, sospechas y la posterior invasión que dio paso a su captura hace poco más de un año, fueron, además de inexistentes, ilegales. El entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, siempre se negó a aprobar las acciones bélicas incitadas por Estados Unidos, quien se acompañó de un grupo de naciones mercenarias que no buscaban la paz y la seguridad mundial sino sacar jugo del “tesoro” subterráneo iraquí. Cabe recordar que los crímenes que se le imputan a Saddam se dieron siempre bajo el visto bueno de la administración estadounidense del nefasto Ronald Reagan. Resulta irrisorio que más de dos décadas después se busque recordar a las víctimas de sus atrocidades, como nos lo pide el recién estrenado, y muy promovido por EE.UU., Secretario General de las Naciones Unidas, el coreano Ban Ki-moon. Con esto, se da un giro total a la posición que la ONU había tenido respecto al conflicto y se vislumbra un apoyo manifiesto del organismo hacia las hostilidades en el medio oriente.

Saddam Hussein pasa así a la historia como el Fausto que lo quería todo y le vende su alma al diablo para obtenerlo. El sábado 30 de enero, mientras Mefistófeles dormía en su rancho de Texas, el cadalso lo recibió para saldar así la cuenta y demostrarnos que el que le apuesta a los malos siempre acaba mal.

Aqui está "El Cuerpo de Julián"