18 January 2007

El Viejo y el Alumno

"La razón descansa en los brazos de la pasión", repitió en voz baja esa frase justo cuando le vino a la mente. Y le vino a la mente justo cuando el viejo al otro lado del salón abrió la boca. Le pareció estúpida, como siempre. Pero no pudo pensar en otra cosa mientras escuchaba al viejo hablar de la "sublimación del alma" a través de "las manifestaciones del arte".

"¿El alma? ¿Qué es el alma y para qué chingados sirve? ¿Sublimarla?" Él quería decir algo pero sólo pensaba en que "la razón descansa en los brazos de la pasión." Cada que quería juntar, no ideas, sino apenas palabras para mandar al viejo a la chingada, le venía esa frase a la mente. Y al parecer el maestro esperaba a que dijera algo, como si él mismo supiera que lo que el viejo decía fuera un completo disparate. Sin embargo el alumno quería evitarse el bochorno de decir "La razón descansa en los brazos de la pasión" en voz alta porque estaba más que seguro de que era una completa tonetería. La mera idea le daba asco.

"El motivo de todo arte", continuó el viejo, "es el de hacer que el alma trascienda; llevarla más allá de los planos intelectuales y mecánicos. Porque la mente es apenas una máquina y más allá de ella está el alma".

"¿O sea que este pendejo está diciendo que quien usa la razón para escribir no es más que un robot?" pensó el alumno. "Pero... la pasión descansa en los brazos de la razón... Ah, qué la chingada!" El alumno se encogió en su asiento. Buscó algo de sentido en esa frase, aunque le era imposible creer que la estuviera cavilando.

Primero pensó en una voz. Era una mujer. Decía su nombre. Le pedía que le hiciera el amor. "La razón descansa en los brazos de la pasión, querido". Era ridícula e insaciable. Lo llamaba por las noches cuando él ya estaba dormido. "¿Acaso le desperté?" preguntaba. "No, no; te estaba esperando", decía lleno de sarcasmo y enfado, pero ella al parecer lo tomaba como un avance más en ese romance que trabajaba ciegamente todos los días. Y él la aborrecía por todas sus cursilerías y porque desde el principio le dijo, y lo hizo solamente para presentarse como una mujer interesante, de eso él estaba segurísimo, que "la razón descansa en los brazos de la pasión".

Era estúpido. Pero... quizás, pero... Si, era estúpido, pero él había cedido a final de cuentas. Fueron una, dos, quince, muchas veces a lo largo de tres años las que se vieron para tener sexo. A ella le gustaban las rosas y las camas que rechinaban. A él le hacía falta alguien con quien acostarse. "La razón andaba muy solitaria", se dijo. "Estamos hablando de un medio por el cual nuestra alma trasciende, va más allá de los planos terrenos... mundanos... para entregarnos a esa luz cósmica que nos sublima como la única especie capaz de llegar a ese estado. Porque cualquier animal piensa, pero no cualquier animal hace arte..." Fue en el silencio que le siguió a esa declaración cuando el alumno miró al viejo detenidamente, como francotirador que ha fijado ya bien su blanco.

"La razón...", dijo, y el viejo lo miró sorprendido porque hasta ese entonces sólo él había hablado. "La razón no puede someterse a esos dogmas intangibles. ¿Me va a decir usted que uno vive para sublimarse y no para pensar? Hacer eso de la 'trascendecia del alma' es simplemente crear un nicho para clasistas intelectualoides que buscan una supremacía 'divina' originada de esos movimientos románticos que parten de afirmar que todo sentimiento es único y verdadero y que por ende la ciencia y la razón no son capaces de encasillarlos porque se encuentran en un nivel inferior a esta supuesta 'sublimación' a la que usted alude. De lo que usted habla, señor, es de alejarse de toda forma para darle un sentido 'espiritual' al arte cuando, déjeme decirle en caso de que no lo sepa, no hay peor blasfemia que crear santos cuando los que ya tenemos no sirven de nada. El alma podrá ser inmortal, pero eso depende de lo que uno hace aquí por los que estamos aquí y no por hablarle a alguien que definitivamente no está ahí para ninguno de nosotros".

El viejo tomó tranquilamente su sombrero y miró al joven brevemente, como si esa fuera su única respuesta.

"¿Alguien da otra opinión?", preguntó el maestro.

2 comments:

Anonymous said...

"déjeme decirle en caso de que no lo sepa, no hay peor blasfemia que crear santos cuando los que ya tenemos no sirven de nada." Que rica cachetada fue esa. Me agrado sobretodo el final de este relato. Saludos.

Garash said...

Me gustó el giro de la historia y cómo la devolviste a la idea inicial