27 August 2006

El Cuerpo de Julián

Damiana se quedó sin dinero mucho antes de que Julián muriera. Aún ahora no es muy claro cómo ella sorteó todos los problemas que se vinieron luego del fallecimiento de Julián. Ni siquiera es algo que yo me pueda explicar a pesar de que estuve muy cercano a Damiana todo el tiempo que Julián se pasó en el hospital. Además se debe tomar en cuenta lo que luego pasó y lo que aún ahora sigue pasando. Damiana no la tuvo fácil. Pero desde aquel entonces ya todo estaba muy raro. Damiana iba y venía y ya todos los de la banda sabíamos más o menos qué pedo. Entre nosotros era comentario común y hasta alguien mencionó darle una lana y hacerle el paro. Así que varios de los que visitábamos al moribundo y a su llorona comenzamos a ofrecer ayuda “en lo que se ofreciera”. Yo sé muy bien que nadie puso siquiera una lanita para alivianar a Damiana. Muchos no se volvieron a parar en el sanatorio después de eso y mucho menos contestaban a las llamadas que ella hacía cada que conseguía una tarjeta para hablar “rapidito” a cualquiera de aquellos ofrecidos. Pero conmigo pasó otra cosa. Yo no podía faltarle a Damiana.

Cuando en la procesión de ofrecidos me tocó decirle que yo estaba para lo que ella necesitara me tomó del brazo, me jaló a un rincón del cuarto y me dijo en voz queda, “Luego voy a necesitar que me des un aventón”. Yo nada más asentí con la cabeza aunque no entendí bien lo que me estaba pidiendo y me quedé callado. Ella también. Yo porque aún estaba descifrando lo que Damiana me decía y ella porque parecía estar formulando el cierre de su petición mientras veía a Julián respirar por los tubos que le salían de la boca. “Yo te aviso cuándo”, dijo Damiana, luego de esos segundos tan largos.

A Julián nos lo entregaron un viernes después de las 10 de la mañana envuelto en una sábana. Yo pensaba que para sacar a un muerto del hospital hacía falta algún tipo de permiso, pero, que yo me acuerde, no nos hicieron mucho borlote y hasta nos dieron el pésame muy solemnemente. Damiana no dejó de dar las gracias mientras torcía la boca buscando dibujar alguna sonrisa de agradecimiento, pero nada más lograba acentuar su duelo de manera casi burlesca. Un enfermero joven se acercó para ayudarme a echar el cuerpo de Julián en la caja de la camioneta. Parecía no tener mucho en el trabajo: se esforzaba demasiado en todo lo que hacía. Además yo apenas lo noté ya rumbo al final de mis visitas y me llamó mucho la atención su labor casi frenética en contraste con la parsimonia holgazana con que nos habían acostumbrado sus demás compañeros de piso. Sin embargo en esos días nunca sentí que el enfermero me disparara una mirada como la de aquella mañana.

“La dejó viudita, ¿verdad?”, preguntó el enfermero inclinando la cabeza para señalarme a Damiana que ya estaba adentro de la camioneta.

“¿Cómo?”

“¿Y usted era algo del muertito? ¿Su hermano, su familiar?”, volvió a inquirir, ahora sonriéndose sardónicamente mientras envolvía los pies de Julián dentro de la sábana y la cerraba con un nudo.

Damiana asomó el rostro por la ventana y dijo que nos diéramos prisa porque “el sol de medio día va a calentar demasiado y Julián va a comenzar a oler”. El enfermero se hizo para atrás al acabar lo que estaba haciendo y calladito me miró hasta que yo acabé de amarrar a Julián a la camioneta.

“Nos conocemos desde hace mucho”, dije.

“¿Usté y el muerto o usté... y la viuda?”

“...”

Me subí a la camioneta y me arranqué para la casa que Damiana y Julián siempre habían ocupado. Eso fue lo único que le quedó.

“Julián me dijo que no la vendiera pasara lo que pasara”, dijo.

“¿La casa?”

“Pero ahora no sé ni dónde lo voy a meter. No tengo para enterrarlo”.

Bajamos con cuidado el cuerpo de Julián y lo recostamos sobre la mesa que acompañaba a la cama adentro de la casa. No que aquellos muebles fueran lo último que le quedara a Damiana, sino que ellos eran seguidores de una corriente ultraminimalista de la universidad y el cuarto lleno cojines y alfombras sólo se explicaba por las recientes influencias del Islam en este lado del mundo, y por supuesto en la súpervanguardista facultad de diseño. También eso hacía que Damiana se preocupara tanto por enterrar en menos de tres días el cuerpo que ahora tenía encima de la mesa.

“¿Tienes hambre? ¿Quieres algo de tomar?” pregunté después de varios minutos en los que yo no encontraba qué ver ni dónde sentarme.

“Quiero estar sola, nomás. Gracias por el aventón, yo cierro ahorita, no te apures”, dijo con la mirada fija en la sábana que cubría el cuerpo de Julián.

Al salir no volteé a verla.

No quería hacerlo, pero al día siguiente le di una vuelta a Damiana. Giré en la esquina de su cuadra, vi con azoro el bulto blanco sobre la mesa a media banqueta, debajo de la sombra de un árbol.

“¡Qué bueno que llegas! Necesito que me ayudes con algo”, dijo Damiana mientras caminaba hacia mí. “Mira que sólo he juntado 300 pesos. Con eso no hago nada”.

“¿300 pesos? ¿Qué estás haciendo con el cuerpo de Julián a media calle?”, fue lo único que pude preguntar. Ella sólo se me quedó viendo con una cara que me decía que lo menos que esperaba era un reproche. “¿Qué pedo, Damiana? ¿Tan jodida está la cosa?”

“Mira... este cabrón no dejó nada. A su puta familia ya no le hablaba y yo no sé ni dónde chingados viven ni cómo se llaman... Este pendejo de tan mamón hasta se cambió el apellido. Neta, no sé qué voy a hacer, en serio”, dijo y el llanto le apretó la cara y le agachó la cabeza ahí a media calle.

“Cálmate. Deja me estaciono aquí adelante que ahí viene un cabrón”.

Entramos a la casa. Damiana cerró la puerta mientras yo acababa de arrastrar la mesa para acomodarla en donde estaba el día anterior, el cuerpo de Julián encima de ella.

“Mira”, le dije. “Yo conozco a un güey que fue una vez con Julián a casa de sus papás allá en Ciudad del Valle. No sé si todavía vive ahí en... ¿cómo se llama la colonia en la que vive Magda tu prima?”

“¿Jardines del Bosque?”

“...Si, ándale, ahí mero; en la calle El Clavel.”

“Pues vamos a verlo. Lo tengo que enterrar mañana. Lo dice Dios”.

“...”

Estuvimos tres horas esperando a que alguien abriera la puerta de Roldán en la calle El Clavel. Detuve más de una vez a Damiana que quería brincarse la barda para ver si “a lo mejor están bien atrás y no nos escuchan” o “a lo mejor no nos quieren abrir”. Una vez casi me convence de ayudarla, pero al último me eché p’atrás nomás de puro friki que nos torciera la policía.

“¿Seguro que ésta es la casa de ese güey?”

“Si, ya te dije. Aquí dejé y recogí a Julián aquella vez que se fueron a Ciudad del Valle. Dijo que aquí vivía el güey con el que se iba para allá a casa de sus papás”.

“Pero este cabrón que no abre. Saca su teléfono para hablarle o vamos a romperle una piedra para que nos abra. ¡Por qué no abre!”

“Damiana, aliviánate. Este güey trabaja o va la escuela; ya van a dar las seis no ha de tardar en llegar”. Saqué los Delicados de la bolsa de mi camisa, le ofrecí uno; ella lo tomó; se lo prendí. Y fumamos en silencio.

“Ya son las seis y media y nada... Tengo hambre. No he comido desde ayer. ¡Pero qué hambre me va a dar si tengo a Julián pudriéndoseme en la mesa!” Dio unos pasos. Luego se sentó en la orilla de la baqueta, junto a mí.

“Mira”, le dije. “Esa señora ya dio como cinco vueltas y nomás se nos queda viendo cada que pasa”.

“No, no me había fijado. Oye, ¿no será la mamá d’este güey o una ruca que lo conozca?”, preguntó mientras se paraba y caminaba hacia ella. Apresurando el paso, la mujer se pego a la pared de las casas e hizo como si no nos estuviera viendo. “!Oiga!”, grito Damiana. “!Venga! ¡Espéreme! ¡Déjeme le pregunto algo! ¡No se vaya!”. Pero la señora ya casi comenzaba la escapada cuando Damiana iba justo en medio de la calle. La mujer de repente medio volteaba a verla echándole unas miradas envueltas de pánico. “!Espérese!” dijo Damiana.

“¡ Cli-cli-cli-cli-cli-cli-cli-cling”, sonó una campanita desesperada.

“¡Aguaaaaaaaas!”, gritó la voz de un hombre. Y en menos de un segundo el hombre de la voz aterrizó con la cara en el pavimento. De Damiana, nomás el costalazo sonó. Una bicicleta quedó tirada a media calle, y cerca de mí un timbrecito cromado y redondo como de recepción de hotel. Yo ya ni vi para dónde se fue a la despavorida. Me levanté lo más de volada que pude.

Desde que la vi me di cuenta de que las probabilidades de que todo empeorara para Damiana eran altísimas. No sé qué tan rápido vendría la bicicleta. La llanta completamente doblada por la mitad y el manubrio torcido me dejaban a una Damiana con fractura de tibia y peroné derechas y el hombro izquierdo dislocado, además de varios moretones por todo el cuerpo.

No era la primera vez que Roldán se caía de la bicicleta. “Por eso ya sé caer y que no me pase nada”, dijo. “Pero nunca me había tocado una persona que se madreara tanto. Lo bueno es que dijo el doctor que va a estar bien”.

“Si, estuvo bueno el chingadazo. ¡Ay, Damianita, Damianita! ¿Pues qué pinche karma traes?”

“¿Dices que el Julián era el novio de esta ruca? ¿A poco se murió? ¿Cómo estuvo?”

“No, pues estuvo cabrón. Y todo se está poniendo peor. Por eso te fuimos a buscar”.

“No, pues yo hace mucho que no veía a ese güey. ¿En qué andaba o qué?”

“No... O al menos no sabemos que por ahí vaya la cosa. Aunque si así fuera estaría bien bizarro el asunto. Pero luego te platico bien esto. Ahorita lo que necesito es que te acuerdes de dónde viven los papás de Julián. Yo me acuerdo que ustedes fueron a Ciudad del Valle, allá con sus papás”.

“!Híjole, va a estar difícil que yo sepa!”

“No, pues si fueron juntos. ¡Échale memoria!”

“Es que no nos fuimos juntos. O sea, hasta Ciudad del Valle. Él me dio un aventón hasta El Jerezano, un rancho a dos horas del entronque de la carretera para allá. Yo de ahí soy y cuando supe que él era de la Ciudad, le pregunté si pasaba por ahí para que me diera un aventón. Dijo que sí y por eso nos lanzamos juntos”.

“No la hagas. ¿Y no sabes cómo le podemos avisar a los jefes de Julián? Mira, esta morra se quedó sin lana desde hace un chingo y no tiene para enterrarlo”.

“Mira, ahí cerca del pueblo, en un ranchito vivían unos parientes de Julián. Los hijos se fueron para Estados Unidos, pero ahí queda alguno de los viejitos. A lo mejor ellos te pueden ayudar”.

“¿Sabes si se les puede hablar por teléfono?”

“Allá no hay cómo hablar. Nomás yendo” dijo y me miró con cara de que me estaba diciendo algo a la mitad. “Mira yo te llevaría pero no puedo pararme por ahí. Tengo problemas con unas gentes y acá me guardo mejor. Si quieres te puedo dar las direcciones pa’ que llegues y preguntes. Ahí’stá mi ayuda”.

“Si, pero, ¿cómo le vamos a hacer para ir?”, me contesté.

“¿Qué te dijo ese güey?”

“¿Cómo te sientes, oye?”

“¿Que qué te dijo ese güey? ¡Ándale que es urgente!”

“Ah... Este... Pues que sabe dónde dar con unos parientes que a lo mejor saben de alguien que pueda decirnos cómo encontrar a quien nos pueda decir de alguien que sepa de los papás de Julián o de uno de sus primos. Pero está lejos; como a dos horas en coche. Y ahorita hay que ver cómo vas a pasar la noche. Ya para mañana le seguimos, si quieres. Ya sabes que yo estoy para todo. Bien te puedo ayudar en algunas cosas. No te preocupes”.

“OK. OK. Pero ya nomás me queda mañana para enterrar a Julián. ¿Qué vamos a hacer?”

“Mira, Damiana, ahorita nos vamos a descansar. Voy con el doctor para ver a qué hora te van a dejar salir. Cálmate. Ya bien dormidos vemos qué sigue, ¿ok?”

Me estacioné justo enfrente de la casa de Damiana. Noté que era una calle muy oscura por la hilera de jacarandas que corría por las banquetas tapando el brillo anaranjado de las farolas. Damiana venía dormida recargada sobre la ventana de la camioneta. Me quedé un par de minutos pensando en cómo despertarla. Parecía que estaba descansando por primera vez en mucho tiempo. Yo sé que hasta para ella lo de menos era que “Dios” mandara que Julián fuera enterrado justo al tercer día de su muerte. Sin dinero, ni cómo hacerle. De su boca comenzó a escurrir un ronquido suave y profundo. Pensé en entrar primero a la casa y arreglarle un lugar a Damiana para que siguiera durmiendo. Ni siquiera tuve que sacar la llave para abrir; sólo empujé la puerta. “Se nos olvidó cerrar con la prisa que salimos”, pensé. Prendí la luz y me fui derecho al cuarto de los cojines. Entré y no vi nada. Ni cojines, ni tapetes. “OK, éste no es el cuarto... No... pero sí es...” Volteé a todos lados y tampoco vi la mesa ni el cuerpo de Julián. Habían vaciado la casa. Aunque sabía que tenía que hacerlo, no quise despertar a Damiana. Sabía muy bien que ella sólo se iba a soltar llorando y que yo, muy a mi pesar, dormiría casi nada para salir en la mañana a buscar el cuerpo de Julián, a los familiares de Julián o un camino lejos de todo esto.

8 comments:

Anonymous said...

Interesante, de a dos parrafos por dia, es mas excitante saber a donde llevara...que pirata que hayas y estes llevando a cabo el proceso creativo electronicamente y que nos lo compartas, lo malo es que abres pauta a lo metiche en cada uno de nosotros...por cierto, deberias de enterrar a Julian sin ferretro en el patio, que mas da....

Zion Kid said...

Graxias por tu comentario, Ramon. Sigo trabajando. Aqui falta un comentario de Rouge. Lo que dejo aquella vez, y su posterior relato, fue muy chido.

Garash said...

Hola carnal pues ya llegó a la lectura de esto en etapa medio avanzada... ahora a seguir el hilo de la historia...
Qué bueno es leerte de nuevo. Saludos.

Clardy Peon said...

Saludos, Gus, a mi me gusta el relato tal como está, en puros huesos narrativos le sugieres más al lector, hay toda una corriente y tradición de lo que los gringos llaman flash fiction y no es algo tan fácil de concretar, nosotros en México tenemos a Monterroso como buen ejemplo, me parece que tomas ese camino y la historia acaba en el lugar donde el lector comienza a crear su propio final. Al menos eso hice yo con las dudas que me quedaron sonre Julián y Damiana. Sale. Nos vemos al rato.

Anonymous said...

Wow Gus, me impresionas tienes mucha imaginación, este relato tiene mucho de realismo mágico con todo un poco estas barbaro y pues andale apurale que ya me dejaste en ascuas!!

Nosotros said...

luego lo leo mi gus, aunque ganas no me faltan de reempezarlo, pero ya lo agarre tarde y salgo de la chamba a penas, pero que chida que ya estas!!!!

Te quiero mucho...mi chaparrito...

Anonymous said...

Que rollo mi gus, pues ya me lo avente, me gusto, aunque tengo que admitir que soy un poco old school y que no me satisfacen los desenlaces desenlazados, me hubiera gustado saber mas. Lo dejaste en donde mas me pega, como si fuera principio, justo antes de que tomaras una carretera a no-se-donde, pero aun asi me gusto.

Por cierto na'mas pa'que no se te escape : "en un ranchito vivían una parientes de Julián." Fue lo unico malo que encontre. Ciao y gusto en leerte....

Otro por cierto: FROMEX RULES.

Zion Kid said...

Ya estoy trabajando en lo que sigue. Se supone que estoy haciendo una serie con esta idea. Además corregí el error, gracias por decirme. Graxias por leer y ayudar.