08 August 2006

Fin de Día (Rescatado del archivo)

Fin del Día

En el piso no hay más que un tapete raído y empolvado; da la apariencia de haber sido una alfombra de gran tamaño. Alba, una mujer ya entrada en años, pasea su febril figura sobre el andrajo de un lado a otro. Alrededor de ella las paredes pintadas de azul pierden su encierro con el cielo y el sol que entran por la ventana. Es una pequeña habitación con pocos muebles: una cama de metal forjado lleno de herrumbre nada cómoda a la vista. Bajo la ventana semiabierta, un sofá en ruinas se presenta como último impedimento a cualquier desesperado salto de crisis. Lo que solía ser un armario es hoy un montón de tablones derruidos por el descuido de los años. En lo que queda de la cajonera seguramente se guardan algunos trapiches, tal vez recuerdos o quizás nada. Alba mira el mueble fijamente mientras camina, se lleva las manos frías al rostro y se quiere preguntar algo pero no sabe qué. Se detiene un segundo, dos segundos. Tres segundos y vuelve a caminar. Inquieta.

La puerta del cuarto está cerrada. Alba busca no verla. Quiere olvidar a toda la gente que entró y salió en las lejanas noches de risas, humos y plácidos desencantos. Ella los quiere olvidar a todos como seguramente todos la han olvidado a ella, piensa Alba. Hoy no hay quien entre. Ha mucho que todo es así. "No ha venido nadie," musita Alba. "Nadie en muchos días." Alba no quiere ver la puerta. "Está cerrada. Necesito un cigarro." Alba se busca en los bolsillos del pantalón; no hay nada. Su mirada gira escudriñando cada rincón del cuarto. Sus ojos grises se embarran contra la pared hasta llegar a la puerta; no la quiere ver. Gira hacia la ventana tratando de escapar de esa entrada por la que ya nadie ha salido, y a medio viaje se topa con él.

Ovalado en su larga forma, sus reflejos siempre han ido de pies a cabeza: No pierde detalle. En otras épocas hubo quienes se maravillaban de su brillo, de su marco dorado y su acabado fino, de su fiel reflejo que engañaba sin mentir. En estas épocas Alba no acostumbra consultarlo. "Qué bonito," piensa la mujer, sin siquiera mirar el reflejo de su agotada imagen. "Le debería dar una limpiada; ¡Mira nada más cómo está!" dice Alba mientras camina tres pasos hacia él. "Necesito un trapo húmedo." Se detiene, recuerda que no hay agua en su cuarto. Del trapo ni se diga, seguro está igual de olvidado que el espejo y todo lo que en él se refleja. Alba se queda quieta; cierra sus ojos; recuerda.

"¡Alba, ven, vamos a cantar!"

"No, Raúl, no tengo ganas."

"Ya, deja de verte en ese espejo. Ven, canta conmigo."

"¿A poco no estoy bien bonita?"

"¡Bien buenota, ja ja ja! Vente a cantar, ándale."

"Eres un tonto, Raúl. Dime que estoy bonita, ¿si?"

"¿Si te lo digo, te vienes a cantar?"

"A lo que quieras. Dime que soy bonita, ándale."

"Estás bonita. Eres bonita; toda bonita, Alba."

"Si, soy la más bonita. ¿Qué estás cantando?"

Alba abre los ojos. Después de una fugaz sonrisa regresa a la agitada marcha. "Necesito un cigarro. No tengo agua. Necesito un cigarro," dice Alba mientras camina hacia la cama. "Ese espejo ya está muy jodido. Le voy a dar una limpiada. Me voy a acostar un rato." Alba se sienta en la cama con mucho cuidado. "¡Ay, esta espalda, cómo me duele! Me voy a acostar despacito."

El colchón lastima con su blandura. Alba siente como los fierros fríos de su cama buscan lo que queda de su cuerpo a través del colchón. Pero ella trae otra cosa en la cabeza. "El espejo," Alba dice. "El espejo. ¡Qué bonito está mi espejo! Le tengo que dar una limpiada." Alba repite mientras cierra sus ojos. Alba parpadea una vez: sueña con los ríos verdes y humos de color cristal que ella alguna vez visitó. Su vista regresa al techo del cuarto de azul brillante, luz de sol azul brillante. “El espejo…” balbucea Alba. “Una… limpia…” Caen nuevamente las pestañas, los párpados se abrazan, los sueños regresan a la vida.

“¡Pinche Alba, qué carajo tienes el culo!”

“¿Qué qué?”

“¡Puta, que estás bien buena, cabrona!”

“¡Pinche Noemí, las mamadas que dices! ¿Qué, crees que no lo sé? Pero ya deja de mirarme la cola, y ayúdame a cerrarme el vestido.”

Noemí se para del sillón y camina hacia Alba; sube el cierre con su mano. “¿Y qué, te lo vas a tirar? Está bueno el güey.”

“Nel, no chingues. Primero que se canse el güey; después vemos si nos cansamos juntos, ¡ja ja ja!”

“Eres una zorra, güey. Ya está el cierre.”

“¡Quítate, deja verme en el espejo!”

“Te ves muy bien. Ese azul le va bien a tu piel, cañón. ¡Ay, que lindo está tu espejo! Oye, ¿hiciste lo de mate?”

“Si, es mi favorito. Todo mundo me dice lo mismo. Todos me dicen que soy muy bonita, la más bonita: ¡Alba, la bonita de ojos grises! Nadie tiene ojos grises; al menos nadie en la escuela o por casa de mi tía. ¿Qué era lo de mate?”

“¡Mi hermano me dijo que le gustabas! ¡Ay, pendeja, ja ja ja! También me dijo que no te dijera.”

“Tú quieres que me lo tire, cabrona.”

“Eres mi mejor amiga, y a ese güey no creo que le falten muchas ganas de ponerte un dedo encima. Es virgencito el muy tarado, ¿tú crees?”

“¡Ah! ¿En serio? ¿Cuántos años tiene, eh? ¿Entonces si es en serio lo de que le gusto? Ya ves, todos saben que soy bonita, ¡la más bonita!”

"No te va a faltar con quien casarte, Alba."

"Un día voy a ser una reina: Alba, la reina de ojos grises; la más bonita de las reinas."

El viento sopla y avienta los ruidos de la calle al interior de la habitación. Rápidamente los sueños se disuelven en la hora del día. Alba abre los ojos lentamente, escucha: el motor de un carro a toda prisa, se va; los pasos, las risas y las voces de algunos que pasan, se van; el viento que se enreda con las hojas, el polvo y el vacío de la calle.

"A lo mejor alguien vino y no escuché. Me quedé bien dormida."

Alba se levanta con la celeridad que su dolor permite; sólo alcanza a sentarse en la cama. Al cabo de unos segundos Alba trata de recogerse el pelo. Mientras se toma con una mano el cabello, con la otra trata de encontrarse una liga, algún listón o cualquier cosa que le amarre sus desatendidos mechones. Son cinco, seis, diez las veces en que Alba se hurga en los bolsillos del pantalón. La mano derecha sostiene, arriba; la izquierda busca, abajo. Después, todo otra vez; lo mismo, pero al revés. El coreográfico movimiento de sus brazos termina por fatigarla. Alba agacha la cabeza y su mentón roza su pecho. “¡Necesito un cigarro, ya!” Alba trata de alzarse de la cama; la acción le toma más de 20 segundos. Al final, Alba puede caminar los torpes pasos hacia el sillón demolido, llegar a la ventana, sentir como el aire lleno de ruidos se escurre al interior del cuarto, asomar el rostro arrugado y casi desteñido a la calle. “Necesito un cigarro, pero a lo mejor alguien viene,” se dice a sí misma mientras voltea de un lado a otro de la calle. “Tengo que estar por si alguien viene.”

Es el fin del día. Alba mira el sol caerse detrás de los edificios. “Todo está vacío. A lo mejor alguien viene. Necesito un cigarro,” dice la mujer mientras regresa la cabeza al interior del cuarto. Con las piernas ya menos entumidas, Alba logra dar unos pasos para reiniciar la marcha frenética. Alba avanza hacia el pedazo de alfombra; lo mira por un segundo y levanta la vista: la puerta cerrada. Quiere buscar el no verla. Gira bruscamente el rostro en dirección al espejo. Alba detiene la marcha; su cuerpo ha quedado justo frente a su reflejo íntegro. “¿Esa soy yo?” Alba se pregunta al mirarse por primera vez en mucho tiempo. “Si lo limpio puede que me vea mejor.” Alba camina en dirección al espejo, extiende las manos como queriendo alcanzar algo que se escapa, y repite, “tengo que darle una limpiada.” Alba se detiene, baja los brazos. Alba mira quieta su imagen en el espejo y escapa unas palabras de su boca: “No tengo para cigarros. Nadie va a venir.” El espejo y Alba se contemplan como siempre lo han hecho, como siempre lo hicieron y como siempre lo harán hasta que cada uno se agote en su reflejo.

Gustavo Martínez Contreras

2 comments:

Garash said...

Chido el texto carnal, bien por la angustia y la ilusión que mantiene el texto. Un placer leerte.
Buena vibra.

Anonymous said...

Pinche Gus, yo se que no me cres, pero va en serio, yo le veo tintes dostoyevskianos a tu narrativa, y no por similaridades sino por tu capacidad de analizar y profundizar en el caracter del ser.

Me gusto mucho este texto.